Sobre el
feminismo, Dostoievski dijo lo siguiente: “Todo el defecto del problema
femenino, consiste en separar lo inseparable, en considerar aisladamente al
hombre y a la mujer, siendo así que forman un solo y cerrado organismo (‘Y los
creó hombre y mujer…’)”. No dice nada directamente sobre el feminismo, sólo nos
dice cómo no pensarlo. Los extremos son más o menos evidentes, así que no
conviene ahondar en ellos si queremos pensar el problema. Dado que extremar no
resuelve nada y complica todo, pensemos la frase que propone. Es más, pensemos como
imagen que la mujer fue creada de la costilla del hombre.
Hombre y mujer,
mujer y hombre, están íntimamente relacionados. Es decir, el hombre se cuida en
la medida en la que cuida a la mujer, ve por su bien en la medida en la que ve
por el bien de la mujer, se ama en la medida en la que ama a la mujer. La mujer
fue creada con algo interior del hombre, algo que constituye su estructura; el
hombre no muere sin una costilla, pero sí se siente incompleto. La imagen
podemos llevarla a cualquier relación de pareja. La perfección de una relación
es la unidad, esto quiere decir que toda acción siempre debe ser meditada y
pensada para dos. Si cualquiera de las dos personas ve un interés únicamente para
sí, está usando a la otra persona, haciéndola su herramienta, algo que únicamente
le servirá en diversos momentos, a veces más, a veces menos; a veces podrá
dejarla arrumbada. Quizás haya quienes crean que pensar así el amor es
limitarlo, reducirlo a una idea tradicionalista y retrógrada. ¿No se utiliza a
una persona si la otra persona consiente en ser usada y le gusta usar, a su
vez, a quien la está usando? Es decir, ¿si dos se usan no hay problema? El
problema resulta contradictorio cuando la pareja que se usa mutuamente usa una
cosa diferente de la otra persona: en algún momento no va a ser suficiente
moneda el sexo para comprar sentimientos. Reducir la relación a un solo aspecto
es no ver la complejidad de asuntos que envuelven el amor. Todo termina reduciéndose
a una lucha de voluntades.
Creer que el ser
humano es egoísta por naturaleza es aceptar que somos una serie de
individualidades que se juntan para buscar el beneficio propio, que el otro
sólo importa en la medida en la que me sirve. El problema de aceptar esto es
que alguien siempre se sentirá tratado injustamente y que habrá quienes sean
más astutos que otros para negociar en el mercado de las individualidades;
siguiendo el argumento de los mercaderes, el más astuto sería aquel que
fingiera dar mucho a cambio para recibir mucho, cuando realmente está dando
poco. Si las relaciones humanas se reducen a una lucha de poderes, no hay
manera para justificar que esté mal el dominio de las voluntades. Sólo si el
amor es una entrega desinteresada, un dar todo sin esperar nada, se puede
entender lo vil, antinatural y malvado del dominio.
Fulladosa
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