Presentación

Presentación

lunes, 18 de septiembre de 2017

Humanidad y feminismo

Humanidad y feminismo
¿Será cierto que la vejación de las mujeres es un resquicio de un pasado bárbaro? No puede negarse que hay dogmas por pensar en ese camino, y que ellos provienen en verdad de voces que parecen resistirse al embate del progreso. Pero definir nuestros problemas morales con renitencia al pasado de esa manera nos aclara poco, porque se torna complicado aclarar lo justo: sacrificamos la razón en el altar turbulento de los enfrentamientos ideológicos sobre nuestra naturaleza y nuestra historia. Puede que nuestros dogmas progresistas requieran siempre de crítica o, al menos, de pensarse lo suficiente para no errar sobre lo que más nos importa; puede que la radicalidad, que es cada vez más seductora, disfrace pero no reflexione adecuadamente sobre nuestro aburguesamiento, que permea la indiferencia. Puede que los dogmas cuyo perjuicio atribuimos a su pertenencia a un pasado anacrónico tomen esa máscara para ocultarnos su base eminentemente moderna. Puede que hablar del progreso sea posible sin ponernos una venda en los ojos, sobre todo al afirmar rasgos con los que nos identificamos, como es el supuesto cambio en la manera de pensar a la mujer.
Hasta donde veo, la radicalidad que se atribuye el feminismo consiste en superar el dogma de que no hay igualdad entre el hombre y la mujer. El feminismo deplora los “estándares” de vida que los hombres supuestamente instauraron para las mujeres: la crítica social y la protesta tienen que desmontar los prejuicios sociales. ¿Con qué fin puede eso sostenerse, si al mismo tiempo se acepta que la base del feminismo es social y, por lo tanto, relativa? Creo que el asunto no se aclara hasta que uno se da cuenta de que la humanidad de la mujer es algo que nunca se ha puesto en duda. Es decir, para saber lo que es justo para la mujer, lo cual implica que se le piense en tanto ser político, tiene que verse que su distinción del hombre no le resta humanidad. ¿Eso es algo que requería de la dialéctica histórica, en tanto que sin el descubrimiento de la igualdad natural y la negación del derecho natural como su contraparte, sería impensable? Ahí tenemos que comenzar a meditar nuestras palabras, porque la humanidad pensada así nos lleva de manera burda a un callejón que no parece tener salida: se desconoce la manera en que la modernidad caló de manera profunda en la consciencia del hombre y, sobre todo, se oscurece el significado de lo humano. La igualdad natural no es lo mismo que la humanidad, porque la humanidad no es igualdad sino especialidad: la diferencia de la mujer con el hombre no impide notar que ella es también un ser racional.
Pero ¿qué significa esa palabra para nosotros? ¿No es también un dogma del pasado? ¿No la racionalidad se modificó conforme se logró modificar la idea que el hombre ha mostrado de sí mismo y de lo natural? Probablemente sería mayor progreso el lograr que la razón no permanezca en oscuridad. Es decir, reconocer lo natural y lo racional en la mujer no es necesariamente un retroceso; racionalidad y naturaleza no son lo mismo que prejuicios sociales, que roles de género. Hablar de naturaleza no es hablar de igualdad, porque para comprender la naturaleza hace falta que la razón logre articular una explicación sobre ella. Hablar de naturaleza no es renunciar a la razón, porque la naturaleza no se limita a las orientaciones teleológicas de las facultades reproductivas del hombre. Se es en verdad injusto cuando se hace del mal una estructura justificada únicamente en el oscuro desarrollo de la moral, sin aclarar el vínculo de esta con el ser humano, más allá de la admisión de la variabilidad de sus manifestaciones.

Contra la naturaleza nunca puede ir el hombre. Pero sí puede equivocar sus juicios sobre ella. La humanidad de la mujer la hace distinta a la vez que semejante al hombre. ¿Qué aspectos de esa humanidad pueden dialogar en nuestro presente? Quizá el progreso habido en su libertad política no necesariamente obnubile que su humanidad está, como la del hombre, remitida a un misterio constante: el amor. La humanidad de la mujer cristiana, por ejemplo, no está sólo en el recato y el pudor. Por esa vía se quita el carácter de misterio que une el amor con el pudor y se transmuta en fariseísmo del cuerpo. ¿No nuestra manera de pensar la justicia a la mujer tiene que toparse con el hecho de que para nosotros es imposible afirmar la humanidad sin rescatar nuestra corporalidad? Por eso hablaba al principio de que quizás los dogmas que atribuimos al pasado estén ya trastocados con los dogmas de nuestro tiempo. Dogmas que, por otro lado, oscurecen nuestra vida porque ocultan la naturaleza problemática de las cuestiones más importantes. El misterio del amor entre el hombre y la mujer es el misterio del amor, no el misterio de la pareja. El amor, constitutivo del hombre, debe pensarse desde nuestro pragmatismo. Eros sigue siendo aquello que define nuestra experiencia de la humanidad en buena medida. La humanidad de la mujer no puede enajenarse de esa comprensión. Afirmar que el amor es un contrato es la manera más común de desconocernos. Casi todas las tesis derivadas de la noción de humanidad como construcción social son consecuencias de la afirmación anterior. De ahí que sea importante saber en qué medida nos usamos y cómo es eso una forma definitiva de la injusticia.


Tacitus

No hay comentarios:

Publicar un comentario