Leía
tranquilamente en el transporte público, así como seguramente lo has de estar
haciendo tú, desocupado lector, y una presencia interrumpió mi concentración,
lo cual, dicho sea de paso, me desconcierta y me puede poner de mal humor, pues
me cuesta mucho trabajo conseguir la concentración necesaria para comenzar a
entender a un autor en el transporte público. La persona quería descender del
vehículo y mi brazo le estorbaba. Pero de eso no me percaté inmediatamente,
pues sólo sentí su cuerpo golpeando ligeramente mi brazo, sin dar ninguna
indicación. Después de cinco segundos de incertidumbre, quite mi apoyo del tubo
que salva vidas, y vi cómo descendía la referida persona. Me sentí apenado y
desconcertado; no quería ser un estorbo para quien ya no requería el amable
servicio del transporte, pero tampoco entendí la tácita petición que implica el
movimiento hacia la puerta de salida. En circunstancias semejantes siempre
pienso: debería de pedirme permiso de salir, así yo sé lo que se me solicita y
puedo ser de utilidad o al menos no ser un estorbo, categoría aún más
peyorativa que ser un inútil. Pero a veces me apeno pensando que quizá dicha
persona no goce de la posibilidad de hablar, es decir, que sea mudo por algún motivo
que a mí no me concierne. Aunque si su silencio es una manifestación de una
imperiosa petición, debería suavizarla mediante la sutileza del lenguaje. La
presencia expresa, no lo niego, es lo más evidente en nuestra experiencia
cotidiana en cualquier lugar público donde inevitablemente nos toparemos con
otras personas, lo que no significa que todos podamos entender de la misma
manera las peticiones o exigencias de nuestros congéneres. No por ejercer
fuerza sobre un brazo que me ayuda a no caer mientras ese mismo brazo bloquea
el paso al lugar donde descienden las personas en el transporte público
significa que quien ejerce la fuerza utilizará la zona de descenso; puede
querer llamar mi atención, así como enfrentarme por mis gustos literarios, tal
vez sólo quiera estirarse para sentirse más cómodo o simplemente, por algún
impulso anímico complejo, este repitiendo un movimiento que le ayude a concentrarse
para recordar o pensar alguna escena de su vida. Visto así, la palabra resulta
mucho más clara que un movimiento corporal. El movimiento de la persona que
interrumpió mi lectura requería mayor hermenéutica que la utilizada por mí para
entender la muerte de Don Quijote. Pero una pregunta requiere mayor interpretación
y atención: ¿por qué no habló mi compañero de viaje para expresar su solicitud?
Partiendo del supuesto de que dicha persona no estuviera impedida para hablar.
La respuesta más
evidente es porque consideramos que toda petición es molesta, pues se trata de
una pérdida de algo por parte de la persona solicitada. Lo que evidencia
nuestro carácter de personas que nos guiamos por el costo beneficio en nuestras
relaciones. Tal vez sea por eso que nos resulte más fácil hacerle solicitudes a
nuestra pareja, nuestros amigos o nuestros familiares, pues de algún modo lo que
les quitamos cuando acuden a nuestra petición, se los devolvemos o se los
devolveremos de alguna manera. Supongo que la persona que me empujó, al no
saber cuándo me volvería a ver, no quería una deuda indefinida. No pedir para
no tener que dar. Otra razón es que la persona tenía miedo al rechazo, pues no
es una persona que logre cumplir sus planes o proyectos. Cuando lo que idea mi
mente no se cumple, mejor recurrir a la fuerza, que en ocasiones, como la del
transporte, funciona. Esto significa que una persona exitosa tiene más
confianza en sí misma que quien ha fracasado en la vida. Tal vez los exitosos
del metro sean aquellos que te piden permiso al salir. La tercera vía para entender
la renuencia a la palabra por parte de quien me interrumpió en mi lectura es
que él ve en todos a seres malvados. En un país que se distingue porque son más
famosos los criminales que las personas eminentes, que tiene problemas para
distinguir lo bueno de lo meramente conveniente, no es raro que una persona
busque tener la menor interacción posible con las personas e intente actuar de
manera que no le dé tiempo de pensar a su enemigo. Es una defensa astuta, no lo
niego. Qué difícil es entender el modo en el que una persona se relaciona con
sus semejantes.
Fulladosa
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