Deseo y vida
El
deseo es propio del animal. Sólo lo vivo desea. Sus facultades están integradas
en el deseo. Es un rasgo principal del ser vivo la capacidad de desear. Por eso
la vegetación es apenas vida, de manera que se podría afirmar que el nombre
genera controversias. El deseo no se aclara sin una investigación del alma,
evidentemente. El hombre no es el único con deseo, pero sí el único capaz de
juzgarlos, de comprenderlos a partir de fines y medios. Pero eso no sería posible
fuera de su pertenencia a lo animal. El deseo del hombre es una propiedad de su
vida. No basta decir que es natural desear, hay que notar el carácter
conflictivo que para nosotros tiene pensar la relación íntima entre vida y
deseo en la esencia del hombre, sin llegar a la conclusión más evidente: el
camino de lo racional. La razón y el deseo son dos caras de una contradicción o
armonía superficial si no nos revelan el problema del alma. Revelar el problema
del alma requiere, a su vez, que pensemos en la palabra natural.
Desear
es natural, pero eso no ilumina para nada lo que a todos en alguna medida nos
parece oscuro: el deseo por sí mismo sea quizás juzgable. Es difícil afirmar
ese carácter del deseo porque pensamos que hay una separación tajante entre el
hecho y lo deseado: nuestra idea de la conciencia está proyectada a partir de
esa separación. No es lo mismo el deseo que se enciende por el hambre que el
deseo amoroso, aunque tengan algo en común. Justo esa comunidad es lo que permite
alumbrar la relación del hombre con lo animal. Las aves desean comer: se ve en
su movimiento, que también es complejo, pues incluye la migración, la
diversificación en las técnicas de construcción de nidos. Su subsistencia sería
imposible sin el deseo. En el hombre, se dice, hay una elevación con respecto a
esa evidencia primitiva. Pero justo la animalidad muestra que un rasgo
fundamental del deseo es que integra la facultad análoga al intelecto del
hombre que poseen los animales. Su sensibilidad muestra no sólo que huyen del
dolor, sino que reconocen lugares inhóspitos como posibles hogares, o que
reconocen a sus presas. La construcción animal, que existe en muchos animales,
sería imposible sin ella.
La
inteligencia del hombre, es cierto, es variable. Pero el hombre no pude hacer
nada que no se le permita por sus “potencias” en el sentido más laxo del
término. El hombre es un ser natural. El conocimiento y la ignorancia son
naturales: Aristóteles reconocía como asociados el amor a los sentidos con la
capacidad natural y el gusto por la verdad. El animal no puede ignorar más que
en el sentido de desconocer el mundo que rebasa su rango habitable. La
experiencia humana de la verdad está posibilitada por sus facultades que lo
unen y separan de la animalidad. El problema de la definición clásica estriba
en comprender la manera en que lo racional es indisociable de lo animal, pues
en caso contrario la definición perdería su sentido: no atendería a la esencia,
sino que sería, como en las definiciones modernas, síntesis de términos
mediante un predicado supuesto. La sensibilidad es ya una puerta a la verdad:
la de la experiencia, que está limitada ante la técnica como instrucción ante
lo sensible.
El
deseo del hombre parece más complejo, es cierto. Pero no es lícito hacer de esa
complejidad una separación que no intente comprender a la vez la existencia de
la esencia. ¿Qué hace la inteligencia humana que parece hacer tan radical una
posible diferencia en torno su relación con la facultad desiderativa? Si es la
existencia de fines y medios, ¿cómo entender seriamente dicha existencia sin
meternos con el problema del bien, más allá de la oscuridad en que hemos
obviado la palabra? El deseo es justo lo que muestra que el hombre “no es”
bueno por naturaleza, y que enunciar el problema del bien en esos términos es
ya una interpretación amañada. No puede ser “bueno” por naturaleza porque la
acción que se orienta al bien en sentido invariable, ya que “bien” no tiene un
sentido moral absoluto. El bien hace inteligible el deseo y el mundo, en tanto
motivo natural. Eso no hace “bueno” al hombre, sino sólo lo faculta para desear
algo. El bien es asunto discutible por ser objeto de la inteligencia y el
deseo. Los deseos son discutibles, en tanto que conllevan una “idea”. Al menos lo
son aquellos que provienen de los animales racionales.
Al
igual que Fulladosa, me despido de los lectores de este blog, en esperanza de
encontrarlos en algún otro momento. Gracias por leer lo que alcancé a expresar
por aquí.
Tacitus
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