Presentación

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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Deseo y vida

Deseo y vida
El deseo es propio del animal. Sólo lo vivo desea. Sus facultades están integradas en el deseo. Es un rasgo principal del ser vivo la capacidad de desear. Por eso la vegetación es apenas vida, de manera que se podría afirmar que el nombre genera controversias. El deseo no se aclara sin una investigación del alma, evidentemente. El hombre no es el único con deseo, pero sí el único capaz de juzgarlos, de comprenderlos a partir de fines y medios. Pero eso no sería posible fuera de su pertenencia a lo animal. El deseo del hombre es una propiedad de su vida. No basta decir que es natural desear, hay que notar el carácter conflictivo que para nosotros tiene pensar la relación íntima entre vida y deseo en la esencia del hombre, sin llegar a la conclusión más evidente: el camino de lo racional. La razón y el deseo son dos caras de una contradicción o armonía superficial si no nos revelan el problema del alma. Revelar el problema del alma requiere, a su vez, que pensemos en la palabra natural.
Desear es natural, pero eso no ilumina para nada lo que a todos en alguna medida nos parece oscuro: el deseo por sí mismo sea quizás juzgable. Es difícil afirmar ese carácter del deseo porque pensamos que hay una separación tajante entre el hecho y lo deseado: nuestra idea de la conciencia está proyectada a partir de esa separación. No es lo mismo el deseo que se enciende por el hambre que el deseo amoroso, aunque tengan algo en común. Justo esa comunidad es lo que permite alumbrar la relación del hombre con lo animal. Las aves desean comer: se ve en su movimiento, que también es complejo, pues incluye la migración, la diversificación en las técnicas de construcción de nidos. Su subsistencia sería imposible sin el deseo. En el hombre, se dice, hay una elevación con respecto a esa evidencia primitiva. Pero justo la animalidad muestra que un rasgo fundamental del deseo es que integra la facultad análoga al intelecto del hombre que poseen los animales. Su sensibilidad muestra no sólo que huyen del dolor, sino que reconocen lugares inhóspitos como posibles hogares, o que reconocen a sus presas. La construcción animal, que existe en muchos animales, sería imposible sin ella.
La inteligencia del hombre, es cierto, es variable. Pero el hombre no pude hacer nada que no se le permita por sus “potencias” en el sentido más laxo del término. El hombre es un ser natural. El conocimiento y la ignorancia son naturales: Aristóteles reconocía como asociados el amor a los sentidos con la capacidad natural y el gusto por la verdad. El animal no puede ignorar más que en el sentido de desconocer el mundo que rebasa su rango habitable. La experiencia humana de la verdad está posibilitada por sus facultades que lo unen y separan de la animalidad. El problema de la definición clásica estriba en comprender la manera en que lo racional es indisociable de lo animal, pues en caso contrario la definición perdería su sentido: no atendería a la esencia, sino que sería, como en las definiciones modernas, síntesis de términos mediante un predicado supuesto. La sensibilidad es ya una puerta a la verdad: la de la experiencia, que está limitada ante la técnica como instrucción ante lo sensible.
El deseo del hombre parece más complejo, es cierto. Pero no es lícito hacer de esa complejidad una separación que no intente comprender a la vez la existencia de la esencia. ¿Qué hace la inteligencia humana que parece hacer tan radical una posible diferencia en torno su relación con la facultad desiderativa? Si es la existencia de fines y medios, ¿cómo entender seriamente dicha existencia sin meternos con el problema del bien, más allá de la oscuridad en que hemos obviado la palabra? El deseo es justo lo que muestra que el hombre “no es” bueno por naturaleza, y que enunciar el problema del bien en esos términos es ya una interpretación amañada. No puede ser “bueno” por naturaleza porque la acción que se orienta al bien en sentido invariable, ya que “bien” no tiene un sentido moral absoluto. El bien hace inteligible el deseo y el mundo, en tanto motivo natural. Eso no hace “bueno” al hombre, sino sólo lo faculta para desear algo. El bien es asunto discutible por ser objeto de la inteligencia y el deseo. Los deseos son discutibles, en tanto que conllevan una “idea”. Al menos lo son aquellos que provienen de los animales racionales.


Al igual que Fulladosa, me despido de los lectores de este blog, en esperanza de encontrarlos en algún otro momento. Gracias por leer lo que alcancé a expresar por aquí.


Tacitus

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