Presentación

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domingo, 29 de diciembre de 2019

Permanencia en la fe




En medio de luces, comida exquisita, regalos, abrazos y buenos deseos, festejamos la Navidad. Y con ello la tristeza quizá abunda en muchos corazones, puesto que la Navidad no es un festejo, es una celebración. Porque no es una fiesta cualquiera, por más que en ella se vean inmersas risas, alegrías y gozo familiar. Curiosamente nuestra palabra celebrar, del verbo latino que le dio origen, es el antónimo de la palabra desertus, es decir, del que está solo y abandonado. De ahí se justifica (etimológicamente) que alguien célebre sea aquel que está en compañía de muchos. Y la Navidad, ¿no es básicamente estar en la compañía de nuestros seres queridos? Me parece que sí, pero en realidad es la consecuencia de lo que brilla en nuestros corazones.

A diferencia del Año Nuevo, la Navidad sí es una fecha establecida por la Iglesia. Aquél se fijó en vistas de una convención en épocas romanas para efectos de un calendario, marcando con ello el inicio de un tiempo determinado; éste se fijó para memoria y permanencia de algo que debe acontecer en el corazón de todos, el nacimiento del Hijo de Dios. Ni uno ni otro responden a un evento de la Naturaleza, de ser así lo que debió celebrarse en estos días fue el solsticio de invierno. Pero hoy no parece preocuparles a muchos que el sol haya detenido su marcha por tres días, y que por alguna extraña razón retroceda en su viaje al salir por el horizonte, augurando con ello el regreso del buen tiempo, no habría razón para celebrarlo; el sol jamás dejará de salir, ¿o sí?

Me salta en la mente la idea de que la Noche Santa del 24 de diciembre es más una excusa, quizá justificable, para que la “familia se reúna”. A lo largo del año podemos ser indiferentes, pero ese día es de “perdón y reconciliación” llegué a escuchar. Sin embargo, con ello también menguó la razón de ser de dicha fecha, cuyo antecedente fue el Adviento, el tiempo de preparación para la llegada de Él, de Cristo. De excusa pasó a ser pretexto y de pretexto a día inhábil para el calendario laboral. ¿Y en México la Noche de todos los Santos no debería tener un significado similar junto con la Navidad? La primera es una celebración pagana, la segunda es cristiana. Bien podemos abrazarlas con igual alegría, pues el mexicano, después de la Conquista Española, se convirtió en esa amalgama vertida entre el Antiguo y Nuevo Mundo.

Lejos del bullicio, de las dádivas, del banquete y los regalos, existe una quietud, un quedarse a solas con El Señor, actividad que se complementa en la oración. Así como lo señaló Altamirano en La Navidad en las montañas, haciendo de la Iglesia, como recinto, la excusa para reunir a los feligreses en ese acto que cada uno lleva a cabo en sus corazones. Entonces la Navidad es un momento de meditación, un diálogo solemne con Dios en nuestra propia individualidad. En ese único momento, a solas, descubrimos la alegría y paz de Cristo en nuestros corazones, pero incomunicable hacia los demás, semilla del misterio. Es la fe en la permanencia de algo que año con año adviene en nuestras vidas. La comunión que hacemos con ello deriva en que juntos, en compañía de familia y amigos, participemos de una cena y hagamos un brindis. No formar parte de esta creencia haría de la Navidad una fiesta más de entre todas, hacer de la causa una excusa; suplir la fe por una convención, ajustable a nuestros tiempos modernos.


Aurelius

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