Presentación

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viernes, 17 de enero de 2020

Adulto

La sombra de mis dedos ya no proyecta nada,
ni perritos ni patos, ni liebres ni pistolas.
Ya le temo a la oscura proyección iluminada
de mis manos de hombre que se asesinan solas. 

Y mis pies ya no vuelan sobre cauces de lava,
ni en heladas estepas, ni en perdidas ciudades.
Temo perder la tierra y mi cuerpo se agrava
impidiendo mi vuelo y mis serenidades. 

Ya no escucho a las aves hablarme de aleteos
oníricos, deseables, para que las persiga. 
Ahora sólo las miro y miro los deseos
de niños inconscientes que del ser se desligan. 

No le lloro a mi madre porque siento su ausencia,
ni le pido caricias, mucho menos juguetes.
Ahora lloro por ella porque tengo consciencia
de que siente desdicha por ver cerca la muerte. 

Miro hacia mi papá y ya no miro al guardián
de este gran laberinto al que me dió a nacer. 
Miro una vieja estatua que de a poco se va
desgastando completa, temiendo fallecer. 

Las luces de mis ojos ya no brillan intensas
al pensar el futuro y mirarlo de frente. 
Se apagan en el antes y sus garras inmensas,
se apagan y se llevan mis ganas de ser gente. 

Mi corazón no late como marcha de imperio,
ejército de plomo, de soldados daneses. 
Late mi corazón. Eso es todo un misterio.
Late y cuenta los años, los días y los meses. 

Yo ya no soy un niño, no quiero estar en vela,
ya no soy soñador, ni una gran vida. 
Ahora quiero una vida que al ir pasando duela
y así, de menos, sienta, la vida en una herida. 

Glauco

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