Cuando un pedazo de tierra
se trabaje con sus manos,
una muchacha morena
podrá voltear a mirarlo.
Esta tierra que trabaja
no es suya y no puede serlo,
por eso es que una muchacha
no debe voltear a verlo.
Pero con su gran esfuerzo
y su gran dedicación
un día conseguirá un puesto
adentro de un corazón.
En él sembrará maíz
y unas fresas dulcesitas;
en él vivirá feliz
amando a su morenita.
Su tierra calmará el hambre
de sus hijos y su amada;
no importará que ande tarde
con el hambre de llegada.
Llegará y verá sus frutos,
verá el trabajo hecho amor,
de malestares desnudo
acariciará a su flor.
Tendrá una vida modesta.
Los domingos irá a misa,
saliendo una palanqueta
dibujará la sonrisa
de la morena preciosa
que mire su sembradío;
un paseo por esa boca
para remover el frío.
La vejez será como árbol
de higos o de avellanas,
será de tenerse tanto,
de noches y de mañanas.
—Ya es hora de regresar
al trabajo— al fin recuerda.
—No basta sólo soñar,
debo trabajar la tierra.
Glauco
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