Presentación

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martes, 24 de noviembre de 2020

El socarrón

 

Un hombre que platicaba

de todo cuanto podía,

tener dos bocas quería

porque su palabra brava

hasta consigo peleaba. 

Si decía rojo, era azul,

si era franela, era tul,

si decía mal, era bien

y si decía bien también.

Era un completo gandul.


Conocía algo de Platón

y también algo de Arriano.

De la biblia echaba mano

como quien tiene razón.

Era un tipo socarrón.

Este curioso muchacho

se acercaba al populacho

para capturar su acento

cantado y algo violento,

aprendiendo a hablar tatacho. 


El albur era lo suyo,

nadie le prestaba nada

a su boca mal hablada.

Se paraba con orgullo

justo en medio del barullo

de tantas voces y labios. 

Lo mismo los hombres sabios

huían de lo que decía,

sabían que lo que sabía

les estamparía un resabio. 


La cultura popular

era para él alimento.

Era un niño en crecimiento

con ganas de saborear

y con más ganas de hablar.

Sabía sobre Don Corleone,

del cine de Sergio Leone,

la danza de Nuréyev,

el viejo ballet de Kiev

y algo de Ennio Morricone.


Lo mismo hablaba del clima

que del cielo y el infierno.

Hablaba más en invierno

que el año llega a la cima

y el tiempo se desestima,

porque hablar era su vida,

su llegada y su partida. 

Hablar era para él

su compañera más fiel.

Iba dentro de su boca.

Se guardaba como roca.

Le daba sabor de miel.


Él no conocía el vacío

de hablar sin ser escuchado,

pues lo, por él, pronunciado

sonaba lleno de brío.

Sus palabras eran río

sin un sentido preciso. 

Al hablar él siempre quiso

que el río fuera muy bonito,

pero no fue más que un grito

que su sinrazón deshizo. 


Glauco

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