Presentación

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martes, 2 de abril de 2024

La creatura

 
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios viendo a su rabino, a su escultor,
a su poeta, a su cantor de amor,
sabiendo que su obra se perdía? 

Lo mismo que Meyrink le admiró a Scholem,
le admiró la madera al niño vivo,
y lo mismo le admiro, cuando escribo,
a Borges que de Meyrink tomó al Golem. 

Él descifró el misterio en la novela
que, otrora, descifró en el cabalista
que se nutrió del mito de una escuela
que en Judá León vio el brazo de un artista. 

La copia de la copia, dice el griego
en boca de otros griegos recordados,
es realidad que da sentido al juego
de símbolos perdidos y encontrados. 

Se pierden en el viento y se reencuentran
en la creación de un nuevo movimiento
del alma, por lo mismo salen y entran
iguales y distintos al momento. 

Decir “te amo” es decir amor que vuela
y que al volar hace una nueva danza. 
El que le aprecia, aprecia la novela
que de cambiar la historia no se cansa. 

Es la desilusión que el amor dado,
igual que la escultura cambia el dicho
del escultor, cambie el amor de nicho
y ya no sea lo mismo que han mandado. 

Y así como el amor, el hombre a Dios
le arranca lo sereno, le arrebata 
la esencia primigenia de su voz
y a su salvaje voluntad lo ata. 

Ni qué decir de la triste condena
que sufren los poetas y poemas
al pretender que su palabra es buena
mientras que su creación es un problema

que no se acaba en el entendimiento
ni en la revelación ni en la salvaje
exégesis que ordena el pensamiento,
más bien allí es donde comienza el viaje

(Un viaje sin paisaje y sin desgano,
tan sólo sumergido en la terrible
madeja del hilo de lo invisible
que junta lo creado con la mano).

El rumbo del creador nunca es el mismo
que, cuando existe, sigue su creación. 
Esto mismo lo supo Judá León
en los ojos del Golem (el abismo). 

Así se arrepintió de haber creado
aquel perverso ser llamado Golem.
No sé si Borges, Meyrink, también Scholem,
con su creación igual habrán llorado. 

Quizá, tal vez, en la ironía, se rieron
y, así como cristianos y judíos,
dejaron sus palabras en los ríos 
y en las generaciones se perdieron. 

No es imposible ver lo que sentía
Dios al mirar a su rabino en Praga.
Sólo hace falta ver la sombra vaga
que el Sol da a los poetas día con día. 

Glauco

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