El nudo en la garganta
No sé desde cuándo, pero así
sucede. Quizá desde que buscamos soluciones inmediatas, fáciles y cómodas para
resolverlo todo. La vida, este entramado de pasiones, razones y un poquito de
fe se nos complica muy seguido, se nos enreda en la garganta. No vemos bien el nudo,
pero sentimos que está ahí. A grandes problemas, pequeñas soluciones, dicen
algunos, con lo que quieren dar a entender que la respuesta es fácil de ver, de
enunciar. Así, ávidos de felicidad, vamos en el remanso del mundo buscando
soluciones, o al menos algo que nos aliente a seguir adelante con esta carga.
El que aún no encuentre la solución a su problema que vaya a Facebook y busque
alguna frase alentadora. Ahí encontrará desde consejos para lavar la ropa hasta
consejos para saber vivir sin miedo al dolor y la pobreza.
Por lo regular estas frases
son tomadas de algunos libros, autores de todas partes y con todos los tonos. No
hay que leer el libro completo, o el poema, basta con saber que eso, según
alguien más, desata el nudo, ¿si a él le
funcionó por qué a mí no? Además, el tedio al trabajo nos detiene
sensatamente, ¡pues qué tal si leyendo el
libro completo descubro que el autor habla de algo diferente al problema que yo
traigo, no, mejor así! Así funciona bien para mí. Pues no se trata de hacer
más grande el nudo, sino de desatarlo y rápido.
Lo extraño es que confiemos
en las palabras para resolver este problema, y aún más extraño, en las palabras
de los demás, cuando ya ni nos hablamos. Aun así parece que en ellas hay algo
común cuando nos esforzamos por hablar bien y son bien dichas, pues el problema
se ve mejor. El nudo que desatábamos a ciegas se nos presenta claro, y vemos
que muchos de nuestros intentos por desatarlo sólo lo encubrían más. Incluso
llegamos a advertir que el nudo lo hicimos nosotros.
Aceptar fácilmente las
palabras de otros, sólo era la manera de no decirnos que no, de apretar más el
nudo y comenzar a olvidarlo para no sentir que nos está matando. Yo no digo que no. Es difícil
ver el nudo, pero si al hablar nos podemos ayudar, hagámoslo bien. Si nos
quedamos amodorrados con la palabra ajena (la no pensada), y sin decir nada,
ese nudo nos va a ahorcar.
Javel
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