Presentación

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lunes, 26 de octubre de 2015

Maravillas del tiempo





One cannot choose but wonder


¿Cuántos de nosotros no nos hemos preguntado sobre la posibilidad de viajar en el tiempo?, ¿Será posible?, ¿Cómo llevarlo a cabo?, ¿Existirán viajeros en el tiempo a nuestro derredor? Paréceme que la curiosidad no es la única que despierta dicha inquietud. A veces creo que no nos hemos hecho la pregunta adecuada. Supongamos, por un momento, que puedes viajar en el tiempo y, a ti, aventurero novel, te pregunto: ¿Qué harías si viajaras en el tiempo? Deja a un lado el si decides ir al pasado o al futuro, simplemente, ¿qué harías con semejante poder? En otras palabras, ¿para qué viajar en el tiempo? Y a ti, nuevamente, Viajero del Tiempo, ¿para qué quieres ir al pasado o al futuro? ¿Acaso querrás aprender griego de los labios de Homero?, ¿Querrás impedir la impune muerte de César?, ¿O para ver si en aquel futuro se realiza, por fin, el modo de vida comunista? Entonces, tal vez, en un momento efímero volcarán sobre ti las diversas posibilidades de corregir algunos de tus actos; o, quizá, tener una imagen, aunque sea difusa, de lo que en aquel futuro distante te depara y, así, saber cómo conducir tu presente. ¿No serán el deseo, el ansia de saber y el cómo conducir nuestras vidas lo que nos mueven a ese viaje? Está bien, lo admito, no es por aquellas razones, simplemente cada quien viajará según sus antojos, sueños, anhelos o expectativas. Sin embargo, ¿qué significa y para qué viajar en el tiempo? Emprendamos una travesía del tiempo.

Pasado, presente, futuro, espacio, dimensión, tiempo, en fin, tantas palabras que se cruzan constantemente y, ante todo, ¿para qué viajar en el tiempo? He visto plantearse esta pregunta tres veces y respondido, a su vez, de tres maneras distintas. H. G. Wells, pionero en el asunto (en preguntarse el para qué y no el cómo, aunque también lo hace muy similar a la relación dada por Bergson de la conciencia y el tiempo) nos ha legado su Máquina del tiempo. A propósito de su novela se han hecho dos películas, una en 1960 y otra en 2002. Decido traerlas a colación por la sencilla razón de que responden de manera distinta a nuestra pregunta.


En la versión de 1960, George, el inventor entusiasta de la Máquina del Tiempo dice, sin disimulos, cuando se le increpa por su invento: “¿Puede el hombre cambiar su destino?”. No en vano la Gran Guerra juega un papel tan imperante (lo cual no sucede en la novela), pues sirve para cuestionarse si el hombre es capaz de cambiar su constante sentimiento bélico contra sí mismo. Y esto explica las tantas modificaciones que se hicieron de la novela para su adaptación cinematográfica. Pero suspendamos por ahora esta versión, pues hemos hallado nuestra primera respuesta, a saber, se viaja cuestionándose si el hombre puede cambiar su destino confinado a vivir en constantes guerras.


En la versión del 2002, Alexander, el tenaz científico, construye su Máquina del Tiempo porque llega a la siguiente pregunta: “¿Por qué no podemos cambiar el pasado?”. Aquí se pregunta por el pasado, mientras que en 1960 se pregunta por el futuro, el destino del hombre. Dicha pregunta, incoherente en la superficie, surge tras la muerte de su prometida en sus brazos a manos de un asaltante. Alexander pensaba pedir su mano aquella noche que la perdió. Y así, Alexander viajará hasta poder hallar la respuesta a su pregunta. Las muchísimas modificaciones a esta adaptación también son justas, pues obedecen al deseo indomable de querer y poder recuperar a la persona que se ama. ¿Hay barreras para un corazón cegado por el amor?, ¿No es por eso que resulta menos útil un científico que ama a una mujer y no su laboratorio? (No es lo mismo amar a la musa que a la ciencia, quien se retoce con ambas tema caer en los pasos de Víctor Frankenstein, crear un monstruo). He allí la segunda respuesta.


Detengámonos ahora en 1895, en la semilla de aquellas adaptaciones. El Viajero del Tiempo (pues así será conveniente llamarlo) nunca dice exactamente para qué quiere viajar en el tiempo. Sólo sabemos lo mucho que se ha dedicado al estudio del tiempo y a esto, por mi parte, solamente he podido deducir dos alternativas: una a partir del inicio de la novela y otra al final.


Según el Viajero del Tiempo, en la “Introducción” de la novela, tener la libertad de movernos en cualquier dirección despierta en nosotros la inquietud de si acaso también nos podemos mover, con esa misma libertad, hacia el pasado o el futuro. Sin reparos, vemos que somos libres moviéndonos en la tercera dimensión, saltando, corriendo, caminando e incluso surcando los cielos. ¿Y seremos igual de libres en la cuarta dimensión, el tiempo? Aquí, por tanto, el tiempo es una forma del espacio, es decir, no están escindidos (a todo tiempo le corresponde un lugar y viceversa, ¿eco de Poincaré?). El movimiento libre del hombre en la cuarta dimensión consiste en que su conciencia, atravesando la dimensión del tiempo, se mueve hacia el pasado o el futuro. Este tipo de viaje hacia el pasado no es otra cosa que el acto mismo de recordar, pero, ¿cómo sucede hacia el futuro? Soñando. Esforzarnos en ver lo anterior es lo que ocasiona, a mi parecer, el confundir al tiempo abstracto (o psicológico) con el tiempo físico. Por eso el Psicólogo y el Periodista son incrédulos al relato del Viajero del Tiempo cuando éste regresa y termina diciéndoles: “¿He construido yo una Máquina del Tiempo, o un modelo de ella? ¿O todo esto no es más que un sueño? Se dice que la vida es un sueño, un pobre sueño en ocasiones precioso, pero no puedo hallar otro que encaje mejor. Es una locura. ¿Y de dónde vino aquel sueño?”. Viajamos a través del tiempo porque somos hombres libres que recuerdan y sueñan sobre su constante presente. Esta libertad, manifiesta de manera distinta en cada individuo, ¿cómo sería a mayor escala, es decir, cuando es el hombre quien recuerda y sueña?


Mi segunda conjetura surge a partir del “Epílogo”. El Viajero del Tiempo, según nos dice el narrador (¿posiblemente Wells?) pensaba mucho sobre lo poco que los progresos de la humanidad le ofrecían a ésta. Veía que una acumulación necia de la civilización acabaría, al final, con sus creadores. Por eso el Viajero, en el año ochocientos dos mil setecientos uno, llega la conclusión de que esa es la causa por la cual la humanidad terminó por suicidarse, pues los Eloi no tenían deseos, sueños o piedad, aunado al hecho de no maravillarse por su mundo. Al no conocer ni el fuego, ápice de la civilización, no había diferencia entre la vida humana y la vida de la bestia. La comodidad y el bienestar, adyuvantes al progreso insaciable de la modernidad, acabaron con lo más natural del hombre, su bondad. La inteligencia y la fuerza (pues tampoco existía la agricultura en aquel futuro del hombre, es decir, ya no trabajaba con el sudor de su frente) desaparecieron del hombre tras habérselas arrancando él mismo. “La naturaleza nunca llama a la inteligencia a no ser que el hábito y el instinto sean inútiles. No hay inteligencia allí donde no hay cambio”. Estos son los Eloi, aquella futura Edad de Oro que retorna para recordarnos que la felicidad del hombre, en manos del progreso, se reduce a una comodidad pueril. En efecto, ni en ese futuro distante se llegó al comunismo. Por eso los Morlocks trabajan mecánicamente bajo la tierra, para apacentar a los Eloi, su comida. Hemos hallado, así, nuestra tercera respuesta.


Quizá las palabras “viajar en el tiempo” sean aquel impulso humano que nos mueve a preguntarnos sobre nuestro destino; o tal vez sean aquel reclamo del corazón, cuya pasión nos mueve tras habérsenos sido arrebatado lo que más amábamos de un solo golpe. Visto así, Alexander no se queda en el futuro por la humanidad, por más que haya visto que los Morlocks dominarían la Tierra de no ser extinguidos, sino porque la respuesta a su pregunta le exigía entender que nunca recuperaría a Emma, su prometida; o, quizá, sea un impulso que surge a partir de nuestra entera posibilidad de sentirnos realmente libres gracias al movimiento de nuestra conciencia, es decir, de recordar y soñar. Aunado a dejar en nosotros ese pequeño recordatorio de qué es aquello que nos hacer ser humanos, aquella gratitud y ternura que solamente se albergan en los corazones de los hombres. De ser así, Virgilio no erró al decir que non ignara mali, miseris succurrere disco (no ignorante del mal, aprendo a socorrer a los míseros).


Si el Morlock “superior” (de lo contrario, ¿cómo explicar que también hablaba el inglés del siglo XIX?) en la versión del 2002 tenía razón al decir que todos tenemos una máquina del tiempo, consistente en nuestros recuerdos que nos permiten viajar al pasado, y de nuestros sueños que nos transportan hacia el futuro, hoy por hoy, Viajero del Tiempo, recuerda que no hay nada que nos impida soñar en viajar a través del tiempo.


Aurelius 

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