La memoria no es sólo cuestión de hábito. Ejemplo
mecánico: cuando Chaplin es obrero, en Tiempos
modernos, sus brazos, moldeados por las tuercas, continúan su ritmo juguetón
cuando llega la hora de la comida, ya que todavía comiendo no cesa de moverlos al
son de las tuercas; ejemplo natural: cierto día Itelio, rey de la antigua Roma,
quiso reparar en algunos detalles concernientes en la Ilíada con uno de sus comensales. Como disponía de doscientos
esclavos que se sabían un libro de memoria, hizo llamar de inmediato a la Ilíada para aclarar la presunta disputa.
Su mayordomo, apesadumbrado por tal solicitud le contestó: “Es imposible, la Ilíada no puede presentarse porque tiene
dolor de estómago”. En ambos casos podemos preguntarnos: ¿qué es la memoria en
el hombre? Si la memoria fuese un simple repetir, ¿cómo diferenciar al hombre
del resto de los animales, pues ambos están dotados de memoria? Hay que
replantear la pregunta.
Tal vez hallemos más luces si preguntamos qué diferencia hay entre las bestias y los hombres. La razón, dirá el primero solícitamente. Aceptado, pero muchos animales no por ello son irracionales, pues saben a dónde moverse y bajo qué curso dirigirse según las estaciones; saben construir madrigueras, nidos o presas; saben procurarse alimento en invierno como los osos y las hormigas; saben alejarse de lo dañino y provechoso para su conservación. Las bestias saben, y el hombre también sabe otras tantas cosas. Cómo es el saber de las bestias no es el asunto a resolver, simplemente no sabemos cómo averiguarlo, es oscuro ese camino. Pero sucede que el saber de las bestias no es el mismo del de los hombres. Los perros parecen darnos indicios de que sueñan y creemos que, dormidos, van tras un hueso o corretean al minino. Sin embargo, estas sólo son especulaciones nuestras, pues ningún perro alguna vez nos mostró sus sueños o pensamientos como Pluto. No existe una psicología del perro. El hombre también sueña, pero de él sí podemos saber cómo son sus sueños.
Soclaro, personaje de Plutarco en Sobre la astucia de los animales, dice que la justicia no tendría cabida si los animales participaran de la razón. El hombre es un animal, pero a diferencia del resto tiene, como dice Aristóteles, la palabra, pues la voz es señal de pena y de placer, como sucede con todo animal, ya que hace patente lo provechoso y lo nocivo, es decir, lo justo y lo injusto. El hombre, continúa el filósofo, es el único animal que tiene percepción de lo bueno y de lo malo.
¿Y qué partes del hombre propician lo anterior?, ¿De qué está formado el hombre? De tierra, según su etimología (humus en latín). Pero ya Ovidio dijo en sus Metamorfosis: “En tanto que, inclinados, los animales todos contemplan la tierra, al hombre diole [el artífice] un rostro erguido y ordenole mirar hacia los cielos y levantar sus ojos a los astros”. El hombre es un ser doble, pero no como Sonrisitas en Toy Story, sino como aquella experiencia que tenemos al ver una caja cerrada y al agitarla imaginarnos su contenido pero que, al abrirla, la hallásemos vacía. Ese presunto vacío no significa una no-existencia, ahí está, pero no se ve con los ojos de la cara. Ahí es donde me gustaría colocar a la memoria en el hombre, entre otras tantas cualidades, pues la memoria, siendo pasiva, reproduce imágenes, no como una fotocopiadora, sino como la Ilíada que se enfermó del estómago; cuando activa, imagina, único medio para la invención. Algo así como los niños cuando hacen de un palo de escoba un caballo o una espada.
La memoria, como dice Cicerón, es una fuerza divina que realiza tantas y grandes cosas (prorsus haec divina mihi videtur vis, quae tot res efficiat et tantas). Y si la vida recibe su nombre por la fuerza (vis en latín) que se requiere para nacer y crecer, ¿en dónde, si no es en la memoria, radica la fuerza de las palabras?
Tal vez hallemos más luces si preguntamos qué diferencia hay entre las bestias y los hombres. La razón, dirá el primero solícitamente. Aceptado, pero muchos animales no por ello son irracionales, pues saben a dónde moverse y bajo qué curso dirigirse según las estaciones; saben construir madrigueras, nidos o presas; saben procurarse alimento en invierno como los osos y las hormigas; saben alejarse de lo dañino y provechoso para su conservación. Las bestias saben, y el hombre también sabe otras tantas cosas. Cómo es el saber de las bestias no es el asunto a resolver, simplemente no sabemos cómo averiguarlo, es oscuro ese camino. Pero sucede que el saber de las bestias no es el mismo del de los hombres. Los perros parecen darnos indicios de que sueñan y creemos que, dormidos, van tras un hueso o corretean al minino. Sin embargo, estas sólo son especulaciones nuestras, pues ningún perro alguna vez nos mostró sus sueños o pensamientos como Pluto. No existe una psicología del perro. El hombre también sueña, pero de él sí podemos saber cómo son sus sueños.
Soclaro, personaje de Plutarco en Sobre la astucia de los animales, dice que la justicia no tendría cabida si los animales participaran de la razón. El hombre es un animal, pero a diferencia del resto tiene, como dice Aristóteles, la palabra, pues la voz es señal de pena y de placer, como sucede con todo animal, ya que hace patente lo provechoso y lo nocivo, es decir, lo justo y lo injusto. El hombre, continúa el filósofo, es el único animal que tiene percepción de lo bueno y de lo malo.
¿Y qué partes del hombre propician lo anterior?, ¿De qué está formado el hombre? De tierra, según su etimología (humus en latín). Pero ya Ovidio dijo en sus Metamorfosis: “En tanto que, inclinados, los animales todos contemplan la tierra, al hombre diole [el artífice] un rostro erguido y ordenole mirar hacia los cielos y levantar sus ojos a los astros”. El hombre es un ser doble, pero no como Sonrisitas en Toy Story, sino como aquella experiencia que tenemos al ver una caja cerrada y al agitarla imaginarnos su contenido pero que, al abrirla, la hallásemos vacía. Ese presunto vacío no significa una no-existencia, ahí está, pero no se ve con los ojos de la cara. Ahí es donde me gustaría colocar a la memoria en el hombre, entre otras tantas cualidades, pues la memoria, siendo pasiva, reproduce imágenes, no como una fotocopiadora, sino como la Ilíada que se enfermó del estómago; cuando activa, imagina, único medio para la invención. Algo así como los niños cuando hacen de un palo de escoba un caballo o una espada.
La memoria, como dice Cicerón, es una fuerza divina que realiza tantas y grandes cosas (prorsus haec divina mihi videtur vis, quae tot res efficiat et tantas). Y si la vida recibe su nombre por la fuerza (vis en latín) que se requiere para nacer y crecer, ¿en dónde, si no es en la memoria, radica la fuerza de las palabras?
Aurelius
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