Presentación

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lunes, 12 de octubre de 2015

Expectantes y contentos




El primer beso que se dará después de un rotundo es tan esperado que se vuelve el motivo de la elaboración de múltiples escenarios en los que se vislumbra toda acción y reacción, toda sensación, toda emoción, toda pasión, toda la vida de él. En un caso similar se encuentran un primer día de escuela, una primera visita al dentista, un nuevo juguete, un primer de todo. Y es que difícilmente podemos escapar de la expectativa, siempre andamos viendo cómo serán las situaciones, planeándolas y esperando de ellas la alegría de vivirlas, y eso, aunque al final sea sólo una imagen recordada que la caprichosa realidad nos modificó a su antojo, nos mueve al ejercicio de nosotros mismos; a seguir viviendo; a buscar la felicidad.

Parece un tanto iluso creer que la expectativa nos acerque o nos haga ser felices, pues no siempre sucede así. He visto a un sinfín de personas mortificarse ante lo dolorosa que será la pedicura la próxima primera vez, o, quizá más serio el asunto, perder la calma ante la creciente pérdida de un ser amado. A pesar de ello siempre hay en el alma humana una imagen que nos hace creer que será mejor de lo que pensamos y nos permite dizque planear cómo será. Ahí es donde está la expectativa. Sin embargo, cualquiera podría creer que, más que hacernos felices, la expectativa nos aleja de la felicidad, pues sólo nos enjaula en el incipiente deseo, impidiéndonos estar atentos de la realidad y sus consecuencias, pero no es así y esto se debe a que esta señorita que camina hacia adelante sin llegar a donde fue se encuentra en un plano ajeno a la realidad, pero que tampoco es pura imaginación; está en la experiencia humana, experiencia que no ve separación entre la imagen y lo real.

Es por lo anterior que aún no puedo –y creo que no podré– creer que la expectativa sea de ilusos. Sería más iluso quien se aferre a vivir siempre en el realismo que le definió la RAE. Tan claro es que la expectativa nos aleja, hasta cierto punto, del dolor, que hasta nos permitimos hacer chistes del porvenir, algo como: cuando llegue mi suegra le diré –pásele suegrita, no la vayan a ver los vecinos y me tachen de tener tratos con traficantes (mientras el chistosito está pensando en la pinche cara de maleante que tiene la suegra)-, aunque al final no se logre. El chiste ya nos ha hecho reír antes de que la suegra llegue, y al recordarlo cada vez que esté molestando durante la velada, seguramente se nos asomaría una sonrisa. Y esto en el caso más nimio de la expectativa, no puedo imaginar cómo sería en un caso de proporciones seriæstratosféricas –me encanta escribir sin el rigor académico que impide usar palabras inexistentes para hablar de lo inefable o hacer chistes.

De este modo la expectativa es una de las bondades del alma humana, una que nos permite creer y movernos hacia ello con la esperanza de que habremos de ser mejores en eso que realizamos, o mejor dicho realizaremos, y lo digo así, porque ésta es únicamente del y para el que la vive, pues nadie espera lo peor para sí. Y a lo mejor queda por incluir que quien tiene expectativa no sabe qué es el bien, la felicidad, la verdad, y cosas de esas que se mencionan donde nadie habla, pero hasta el que se pregunta por esas grandiosidades se lo pregunta expectante. De tal manera todos esperamos, vivimos y volvemos a esperar; así nos ejercemos (pero no nada más así).

Yo sólo espero que no sea tan desagradable leer esto. Y si sí, espero que con el tiempo ya no.



Talio

Maltratando a la musa



                     Haleo


Jugar con el ritmo, con las palabras,
con el metro y el fabuloso ingenio,
es un juego recto, cual si encontraras
en una fiesta un payaso serio.
Nos confundimos entre los saberes
que creemos saber y queremos decir,
y los que, más allá de nuestras mieles,
la musa nos empuja a dejar salir.
Quizá de nuestros males sea culpable
el haleo entre lo humano y lo divino,
que nubla, de las letras, el camino,
que nos hace juzgar mal lo que vale
la belleza que en el silencio clama
y la brillante, pero opaca, fama.


Talio (también)

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