Presentación

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domingo, 1 de noviembre de 2015

El arte de querer desaburrirse



Hablar de una novela siempre nos resulta complejo, pues si la explicamos con categorías establecidas (sea por gusto, consenso o por alguna extraña razón) no hablamos de ella, alejándonos de su comprensión, y nos reducimos. Las novelas clásicas parecen mundos exóticos: al leerlas nos sentimos extranjeros comprando souvenirs que después (o muy pronto), cuando hablamos sobre ellas, los presumimos. Pero los prejuicios los podemos localizar, así como podemos intentar conocer los países más extraños; el comienzo de la expedición no nos dará grandes respuestas, sin embargo, puede llevarnos a encontrar pequeños lugares. 

La tremenda novela Crimen y castigo nos permite cuestionar a la mayoría de los personajes: ¿cuál es su crimen y cuál es su castigo? A ninguno es fácil acusar, lo cual no cancela su posible culpabilidad y la necesidad de su castigo. Por ejemplo: Svidrigáilov es un hombre adinerado, no se preocupa demasiado por casi nada, entiende impresionantemente a las personas y es sumamente astuto, puede lograr casi cualquier cosa, su éxito está asegurado. ¿Cuál es su crimen, si es el arquetipo del hombre actual? Quizá su delito sea semejante al nuestro: no preocuparse (llevarse la vida con calma). De ser así, cuando su único deseo se ve truncado, no quiere preocuparse más, nunca más. 

Svidrigáilov tampoco tiene, durante toda su vida, grandes odios; no se indigna.  Antes de volar a su deseo, sólo le inquieta ligeramente no aburrirse. Su indiferencia hacia la vida, lo orilla a justificar cualquier acto, a no saber amar, a no vivir. El personaje contrario, en quien no ejerce influencia (no la pervierte), es Avdotia Romanovna. Para no dejar el cuadro incompleto (y quizá confundir a algún curioso lector de Crimen y Castigo), ubico a Raskólnikov a medio camino entre ambos personajes; ambos influyen decisivamente en él. Nosotros, ¿dónde nos queremos ubicar, en el seductor Svidrigáilov, en la virtuosa Avdotia Romanovna, en el confundido Rodia?, ¿dónde estamos realmente? ¿Nos importa ubicarnos, saber si hacemos mal y, en caso de hacerlo, saber si podemos repararlo? Me parece que, leyendo y viviendo (en alguna medida son lo mismo) para no aburrirnos, sólo nos preocupa entretenernos.    

Fulladosa

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