Hace poco vi la famosa y escandalosa película Las poquianchis (1976). La historia,
además de ambigua en algunas partes, resulta estremecedora; la indignación al
ver tanta injusticia, tantos abusos, es inevitable. Lo más triste es saber que
la llamada “trata de blancas” no ha desaparecido y las redes que la sustentan continúan
creciendo. El espectador preocupado por la buena vida y la reflexión no puede
eludir la existencia de situaciones donde la injusticia tortura a los hombres.
¿Qué hacer ante la corrupción política y humana?, ¿la educación puede mejorar
el alma de los hombres?, ¿cómo educar para la buena formación humana? Antes de precipitarnos al barranco de las
respuestas fáciles, abramos los ojos, veamos qué pasa en nuestro entorno.
Un problema al pensar los problemas políticos es
querer ver todo a oscuras, es decir, afirmar la imposibilidad de la justicia es
renunciar a la pregunta sin antes haber preguntado; es aceptar la injusticia
sin haber buscado la justicia. Para comenzar a indagar en la posibilidad de la
justicia, hay que conocer el lugar donde actuamos. Los medios informativos
pueden servir a lo anterior, siempre y cuando no nos conformemos con una
versión de los sucesos y veamos quién nos dice qué y cómo, pues así podremos
notar cuándo se exagera la información, cuándo se usa con fines sucios. También
es importante darle un seguimiento cuidadoso a las notas, pues la
información se incrementa, cambia o se transforma con el paso del tiempo. Los artículos de
opinión, pese a no ser escritos por intelectuales sofisticados la mayoría de
las veces, nos proporcionan una visión clarificadora de los hechos o nos
permiten ampliar nuestra información; obviamente, también pueden oscurecernos los sucesos.
Otro asunto importante para mejorar el conocimiento
sobre nuestro entorno y así ampliar las posibilidades de acción es conocer
nuestras leyes. De esa manera sabremos qué se puede hacer en una marcha y qué
está prohibido. Las marchas me parecen una buena manera de hacer patente la
molestia de la ciudadanía ante el gobierno, pues demuestran organización y el
deseo pacífico de buscar un mejor modo de vivir. Sin embargo, considero
exagerada la protesta de gente como el Nechaev de Coetzee: “¿Hipotéticamente?
Fácil: porque si uno no mata, nadie le toma enserio. Es la única prueba de
seriedad, lo único que cuenta.” El nihilismo político de la frase nos muestra a
la vida humana, por la que supuestamente se lucha, como algo de poco valor;
aceptando lo anterior se cancela la posibilidad de la política.
Mucho se habla sobre la buena vida, pero poco de cómo
obtenerla o de los problemas para alcanzarla. Como en todas las indagaciones
filosóficas, la concerniente a la buena vida o siquiera a la vida justa, no
resulta clara, tiene muchos recovecos, muchos problemas, algunos sólo pueden
ser anunciados; la resolución de los grandes problemas involucra mucha
reflexión, propia de textos bien pensados, como los tratados clásicos. No
obstante, algunos asuntos relativos a cómo actuar justamente pueden ser
abordados en unas pocas líneas; con excesivo esfuerzo y diálogo, quizá puedan ser realizados.
Fulladosa
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