Así como solemos envestirnos fácilmente con algo
aparentemente verdadero, sea porque necesitamos estar arropados o por mera
moda, aceptamos que el país no tiene mejora. Semejantemente están quienes creen
en las soluciones mágicas y confían en la varita mágica, en cuya construcción
ellos participan, y en los magos que están encantando al país. Los primeros se
denominan realistas, los segundos también, pues aquéllos padecen la violencia e
injusticia cotidiana y estos producen cosas útiles. Los primeros, oscuros como
su percepción del porvenir, se ríen de quienes ostentan ropajes a la moda; los
oscuros, a su vez, creen mirar muy por encima a quienes visten de traje,
mientras estos esperan que los parlanchines bajen de la azotea del edificio institucional
para poder seguir tranquilamente con sus empleos. Cada uno cree que su
contrario está anticuado, pero ambos presumen modas distintas. Ambos creen en
el infinito poder humano; los iluminados que el hombre mismo se destruyó y no
tiene escapatoria, quieren vivir en el imperio de la necesidad; los optimistas que el hombre por
sí solo puede aspirar a lo que quiera. La inanición contra la libertad, aunque
ambos se crean libres, aunque ambos se reprochen su falta de libertad. Ambas
posturas se encierran en cómodos prejuicios y entre sus pares se dan la mano;
no quieren pensar en otra cosa, no quieren hacer nada más. La realidad ya está definida para ellos, pues la consideran fácil, con lo cual vuelven a su vida algo simple.
Fulladosa
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