"Soy cantor, soy embustero;
me gusta el juego y el vino;
tengo alma de marinero."
Entre
los intelectuales de nuestra época –no sé si en los de otras también– hay un
problema inmenso que todo amante de la verdad, así con minúscula, desea
resolver, los más de los casos, porque estos tipos de pesados morrales buscan
justificar su modo de vivir, en vez de buscarlo. El problemón del que hablo es
la ingesta de bebidas alcohólicas. Unos lo abordan desde el nihilismo que nos
invita a beber porque la vida es un cúmulo de desgracias que sólo nos llevan a
morir sin motivo ni razón; otros lo abordan desde el capitalismo, dando razones
de por qué el beber es el acto más libre que alguien puede hacer, pues aunque
lo consumido es producto de la explotación, uno trabajó para sí mismo y no para
un cerdo explotador de pocos escrúpulos; también hay quienes dicen que Jesús le
dio a todos de chupar –detesto esa imagen– en las bodas de Caná, y que si Él da
chance, pos ¡arre!; y lo que difícilmente he podido encontrar es quien hable de
la experiencia de la borrachera desde sí mismo. Trataré para hacer lo que le
toca a cualquier borracho: amistarse. Y como en mi experiencia nunca ha pasado
el que yo beba solo, sólo le daré un trago a las borracheras de los amigos.
Todo comienza por las ganas de verse
y pasar un rato agradable. Jamás he visto que alguien invite unos alcoholes
para pedir trabajo, o para hablar de filosofía, o para pedir la mano de la
susodicha, o para retarse a un duelo (excepto los famosísimos fondos), porque
según le resta seriedad. Vemos como ni nosotros mismos nos tomamos en serio
desde el momento en que hemos dádole tal categoría al derroche del vino que
entre amigos se da. La parranda es para quienes no son serios. Entonces como
no nos tomamos en serio a la hora de ese leve jolgorio, tampoco bebemos
libremente, por decirlo de algún modo.
Ya a media noche (y no hablo del horario, pues al borracho la
noche le es más un movimiento que un tiempo; y no metamos al filósofo a estas
impías reflexiones), cuando las consciencias se han ido desinhibiendo, nos
aferramos a la barda de la razón que impedirá nuestra caída, y esto se nota en
que nos preocupamos por aparentar que no estamos embrutecidos, sino todo lo
contrario, buscando perpetuar nuestra superioridad ante el otro, y aún más para
que el otro, al que le decimos amigo, no se mofe de nuestro estado. No bebemos
libremente, porque estamos ahogados en nuestros prejuicios sobre nosotros
mismos, de ahí la cruda moral. En ese mismo momento, en ése en que ya no nos
damos cuenta al instante, nos dejamos ver con mucha más claridad, tan es así que a pesar de criticar la promiscuidad, pensada simplemente, no tenemos reparo en caer ante los remilgos de la primera que los demuestre. Y pasamos a
perdernos en esos huecos puños de cristal. Así, como ya nos importó una pura y
dos con sal lo que antes dijimos, pasamos a dormir, y al despertar, ya que la
consciencia ha vuelto, intentaremos justificar nuestro comportamiento, ya sea
callándolo, ya sea aceptándolo con picardía, ya sea avergonzados. Además le
echamos un vistazo a nuestros compañeros para darnos cuenta, tristemente, de
que no son nuestros amigos, aunque llevemos media vida a su lado, aunque nos
digamos serios.
No intento justificar a los briagadales, ni mucho menos el hecho de que me gusta el trago. Sólo intento decir que quien se cree serio y no se toma en
serio a la hora de los shots –dice la
comunidad gay, no la de los
homosexuales–, solamente bebe sin razón, aunque bien razonadamente. Sólo intento decir que quien no se
alcoholiza con soltura, se entorpezca o sea todo un Sócrates moderno¸ no puede
ni es amigo, porque sigue preocupado sólo por sí mismo. Sólo intento decir que quien
no conoce sus límites después de recobrada la consciencia no debería besuquear
todos esos culos, pues eso lo lleva a todo lo antes mencionado. Sólo intento decir que beber es un acto bueno
en la medida que tiene como propósito de fondo, muy de fondo, casi
inconsciente, la amistad y el autoconocimiento, esa amistad que nos permite
poder darnos a conocer y conocer a los otros, porque así nos podemos acompañar,
desde algo tan aparentemente simple como lo son las bacanales de barriada,
hasta el camino de la bondad que nos hace mejores hombres en todo sentido.
Tomar unas cuantas cebadas sólo se puede hacer entre amigos.
Con lo anterior no es que diga que habría que ponernos una
guarapeta a diario, si no qué tiempo dejamos para la reflexión, el trabajo, el
amor y lo demás, pero sí que nada hay de malo en querer disfrutar de uno mismo
y sus amigos acompañados de la oscura, casi mística, experiencia de la
briaguez.
Talio
Propuesta: A todos los Nombradores mudos y
público en general les hago un atento llamado a vernos para disfrutar de un
sabroso mezcal, o lo que sea su voluntad. Si se preguntan por qué, qué bueno, y
si no también.
Maltratando a la musa
Indio e india
El hombre
fue poseído por la sombra de la dama
que crecía
desmesurada dentro de su corazón.
Esa sombra
era el rastro de la presencia del bien,
de la
existencia de aquel lejano y suave calor.
El calor que
es el deseo de crecer y de vivir,
como el
viento en la laguna, como lagrima en un rostro
que soplan
humedad y amor.
La dama
miraba el cielo buscando el sombrero aquel
del hombre
de claro ensueño, del hombre de su querer.
¡Qué difícil
es quererse cuando el amor es prohibido!
Y si es de árbol
y de luna, parece un caso perdido.
¡Oh, mujer
que lees las cartas con los labios de hombre sabio,
que lloras
con tal fiereza por ver cumplirse las letras
del hombre
que te da su amor!
Y así es
siempre a toda hora, a toda y en todas partes,
en las cosas
del querer. Es la historia eterna y simple
de un hombre
y una mujer.
Gracias, Talio, por tu llamado, a cuya propuesta respondo: ¿Qué día les acomoda más para vernos?
ResponderEliminarUn viernes sería excelente.
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