Presentación

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lunes, 1 de febrero de 2016

Tomando en serio



"Soy cantor, soy embustero;
me gusta el juego y el vino;
tengo alma de marinero." 

Entre los intelectuales de nuestra época –no sé si en los de otras también– hay un problema inmenso que todo amante de la verdad, así con minúscula, desea resolver, los más de los casos, porque estos tipos de pesados morrales buscan justificar su modo de vivir, en vez de buscarlo. El problemón del que hablo es la ingesta de bebidas alcohólicas. Unos lo abordan desde el nihilismo que nos invita a beber porque la vida es un cúmulo de desgracias que sólo nos llevan a morir sin motivo ni razón; otros lo abordan desde el capitalismo, dando razones de por qué el beber es el acto más libre que alguien puede hacer, pues aunque lo consumido es producto de la explotación, uno trabajó para sí mismo y no para un cerdo explotador de pocos escrúpulos; también hay quienes dicen que Jesús le dio a todos de chupar –detesto esa imagen– en las bodas de Caná, y que si Él da chance, pos ¡arre!; y lo que difícilmente he podido encontrar es quien hable de la experiencia de la borrachera desde sí mismo. Trataré para hacer lo que le toca a cualquier borracho: amistarse. Y como en mi experiencia nunca ha pasado el que yo beba solo, sólo le daré un trago a las borracheras de los amigos.

            Todo comienza por las ganas de verse y pasar un rato agradable. Jamás he visto que alguien invite unos alcoholes para pedir trabajo, o para hablar de filosofía, o para pedir la mano de la susodicha, o para retarse a un duelo (excepto los famosísimos fondos), porque según le resta seriedad. Vemos como ni nosotros mismos nos tomamos en serio desde el momento en que hemos dádole tal categoría al derroche del vino que entre amigos se da. La parranda es para quienes no son serios. Entonces como no nos tomamos en serio a la hora de ese leve jolgorio, tampoco bebemos libremente, por decirlo de algún modo.

Ya a media noche (y no hablo del horario, pues al borracho la noche le es más un movimiento que un tiempo; y no metamos al filósofo a estas impías reflexiones), cuando las consciencias se han ido desinhibiendo, nos aferramos a la barda de la razón que impedirá nuestra caída, y esto se nota en que nos preocupamos por aparentar que no estamos embrutecidos, sino todo lo contrario, buscando perpetuar nuestra superioridad ante el otro, y aún más para que el otro, al que le decimos amigo, no se mofe de nuestro estado. No bebemos libremente, porque estamos ahogados en nuestros prejuicios sobre nosotros mismos, de ahí la cruda moral. En ese mismo momento, en ése en que ya no nos damos cuenta al instante, nos dejamos ver con mucha más claridad, tan es así que a pesar de criticar la promiscuidad, pensada simplemente, no tenemos reparo en caer ante los remilgos de la primera que los demuestre. Y pasamos a perdernos en esos huecos puños de cristal. Así, como ya nos importó una pura y dos con sal lo que antes dijimos, pasamos a dormir, y al despertar, ya que la consciencia ha vuelto, intentaremos justificar nuestro comportamiento, ya sea callándolo, ya sea aceptándolo con picardía, ya sea avergonzados. Además le echamos un vistazo a nuestros compañeros para darnos cuenta, tristemente, de que no son nuestros amigos, aunque llevemos media vida a su lado, aunque nos digamos serios.

No intento justificar a los briagadales, ni mucho menos el hecho de que me gusta el trago. Sólo intento decir que quien se cree serio y no se toma en serio a la hora de los shots –dice la comunidad gay, no la de los homosexuales–, solamente bebe sin razón, aunque bien razonadamente. Sólo intento decir que quien no se alcoholiza con soltura, se entorpezca o sea todo un Sócrates moderno¸ no puede ni es amigo, porque sigue preocupado sólo por sí mismo. Sólo intento decir que quien no conoce sus límites después de recobrada la consciencia no debería besuquear todos esos culos, pues eso lo lleva a todo lo antes mencionado.  Sólo intento decir que beber es un acto bueno en la medida que tiene como propósito de fondo, muy de fondo, casi inconsciente, la amistad y el autoconocimiento, esa amistad que nos permite poder darnos a conocer y conocer a los otros, porque así nos podemos acompañar, desde algo tan aparentemente simple como lo son las bacanales de barriada, hasta el camino de la bondad que nos hace mejores hombres en todo sentido. Tomar unas cuantas cebadas sólo se puede hacer entre amigos.

Con lo anterior no es que diga que habría que ponernos una guarapeta a diario, si no qué tiempo dejamos para la reflexión, el trabajo, el amor y lo demás, pero sí que nada hay de malo en querer disfrutar de uno mismo y sus amigos acompañados de la oscura, casi mística, experiencia de la briaguez.

Talio



Propuesta: A todos los Nombradores mudos y público en general les hago un atento llamado a vernos para disfrutar de un sabroso mezcal, o lo que sea su voluntad. Si se preguntan por qué, qué bueno, y si no también.



Maltratando a la musa


Indio e india    


El hombre fue poseído por la sombra de la dama

que crecía desmesurada dentro de su corazón.

Esa sombra era el rastro de la presencia del bien,

de la existencia de aquel lejano y suave calor.

El calor que es el deseo de crecer y de vivir,

como el viento en la laguna, como lagrima en un rostro

que soplan humedad y amor.



La dama miraba el cielo buscando el sombrero aquel

del hombre de claro ensueño, del hombre de su querer.

¡Qué difícil es quererse cuando el amor es prohibido!

Y si es de árbol y de luna, parece un caso perdido.

¡Oh, mujer que lees las cartas con los labios de hombre sabio,

que lloras con tal fiereza por ver cumplirse las letras

del hombre que te da su amor!



Y así es siempre a toda hora, a toda y en todas partes,

en las cosas del querer. Es la historia eterna y simple

de un hombre y una mujer.






2 comentarios:

  1. Gracias, Talio, por tu llamado, a cuya propuesta respondo: ¿Qué día les acomoda más para vernos?

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