Presentación

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lunes, 11 de abril de 2016

Corazón indelator



Los Simpson es, hasta su octava temporada (si acaso), una serie sumamente entretenida y con un contenido reflexivo que nos invita a reír de nosotros mismos de vez en cuando. En uno de sus episodios –por respeto a quienes consideran estos saberes como inútiles no diré en cuál– Bart hace que los feligreses entonen, acompañados del frenético órgano de la iglesiamalditasea, la majestuosa y larga canción In-A-Gadda-Da-Vida (In the garden of Eden) de Iron Butterfly (I. Ron Butterfly). Todo parece ir bien, hasta que una visión apocalíptica, creada por el reverendo Alegría para instar a los otros niños a delatar al culpable, lleva a Milhouse a señalar temerosamente a nuestro chiquitín especial, culminando la escena con un castigo para ambos, uno por profanar los cánticos al Señor y el otro por soplón. Quienes vieron y ubican el episodio seguramente crean que aquí le echaremos un ojito al alma, pero para eso  está el filósofo con su De anima; el vistazo es para el soplón. El soplón que muchas veces rechazamos sin saber por qué, aunque creamos lo contrario.
            Ser soplón en nuestros días, y en los días pasados, es muy mal visto. Dónde radica la verdadera maldad del acto de delatar no es claro, simplemente así lo vemos. Por eso creo importante ponerle atención a tal asunto, no porque intente convenceros de no ser soplones, sino para resaltar la frágil consciencia que tenemos del bien y del mal. Quizá rompiendo esa cristalina moral podamos descubrir en sus pequeños fragmentos una razón seria para limpiarlos.
            Partimos, no en este escrito sino en general, de la arraigada negativa a ser soplones. No queremos ser soplones por varias razones, y todas parecen converger, principalmente, en las tres siguientes: por temor, por honor o por conveniencia. Quien se abstiene de ser un delator por temor se ve obligado a proteger al malvado por el reconocimiento de su superioridad, es decir, no lo delata por que sea bueno no hacerlo, sino porque, falto de toda esperanza en el bien, cree que el daño que recibirá en caso de ser un cochino sapo es peor que serlo: prefiere seguir vivo. El que no delata por un supuesto honor sólo demuestra el egoísmo que acarrea desde lo más profundo de su ser, pues qué dirán de él si se enteran que es un chismoso; a ése no le importa el bien ajeno, sino el propio. Y, por último, el convenenciero no delata porque sabe que es mejor para él mantener esa información para sí, dándose cierta superioridad con respecto de los otros. Casi nadie es reservado por bueno, sino por convenenciero.
            Las razones que cualquiera de estos tres tenga para delatar al maldoso lejos están de buscar el bien de la comunidad y el propio, pues solamente se delata con miras a una mejoría en las condiciones de la vida propia. Y es justo ahí donde radica el mal de la delación, en que quien delata no desea el bien, sino todo lo contrario. Lo podemos ver hasta entre los niños: se delatan no porque deseen que su amiguito vuelva al redil sino pa’ que lo regañen al desgraciado. Ni el regaño, ni el castigo, ni la sanción, son malos, pero sí inconvenientes; como deseamos  lo conveniente y no lo bueno, al delatar lo hacemos con la firme creencia de dañar al otro. Así, ir de chiva es malo porque nos aleja de la consciencia del bien y del mal.
            Rechazamos al soplón porque hace lo que no conviene. El soplón es, entonces, un ser detestable porque es un inconveniente social. Sin embargo, si buscamos razones para acercarnos al bien y alejarnos del mal, veremos que delatar es malo por la espera (no esperanza) del mal ajeno, y que saber cerrar el pico es bueno, no porque callemos el mal –eso nunca– sino porque buscamos hablar el bien; delatar con miras al bien no es delatar en absoluto. Talvez por esto algunos estudiosos han caracterizado a Judas como el máximo traidor, pues esperaba el mal para Jesús, y talvez por lo mismo otros tantos estudiosos le han caracterizado como el mejor amigo del Mesías, pues sabía del bien que estaba haciendo al delatar. Delatar nos impide saber del bien y el mal. Saber del bien y el mal nos impide delatar. Un hombre bueno jamás tendrá un corazón delator.

Talio

Maltratando a la musa

           Hipálage a los amigos

Los buenos amigos palpitan en los corazones nobles.



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