Presentación

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lunes, 25 de abril de 2016

Figuras retóricas y uno que otro conocimiento



No hace mucho me vi atraído por el esplendor que trae consigo el conocimiento teórico. Éste nos da una certeza inusitada con respecto a aquello que creemos aprehender. Sin embargo, esta teoría de la que les hablo está muy alejada de poder ser de mi propiedad con sólo estudiarla en los vastos compendios, diccionarios, tratados, etc., que la contienen. Hablo de la teoría de las figuras retóricas. Poder decir con, léxico doctorezco, qué es la metonimia, la antonomasia, el hipérbole, analogía, y tantas figuras más, es un placer que pocos conocen; poder usar estas figuras, si bien es casi cotidiano, es un acto inconsciente; y el tratar de volverlo casi consciente es de las mejores experiencias que he tenido: no porque sea bueno en ello, ni porque vuelva mejor la verborrea que brota de mis labios, sino porque a conocer todo de lo que se habla me siento llamado. No hablaré, aunque lo haya parecido, de la complicada relación entre la teoría y la práctica (al menos no directamente), sino de uno de tantos conocimientos que la poesía, quizá el más complicado: el conocimiento del ser.
            Las figuras retóricas tienen la bondad de mostrar lo que con las palabras puede decirse, no en un nivel proposicional, sino en un nivel ontológico. Nos muestran la dificultad que decir el ser trae consigo. Por usar un ejemplo, del cual no he podido hacer buen uso: hipálage es la figura retórica en la cual son cambiadas, coherentemente, las cualidades, propiedades, distinciones, o como se les guste llamar, de uno o más sustantivos. Aparentemente sería fácil decir “Mi guitarra le canta a mi voz armónica”, donde se le da la capacidad de cantar a una guitarra: algo que no es propio de su ser. Así dicho, pinta como muy sencillo, sin embargo para decirlo es necesario saber distinguir entre las cualidades, potencias, acciones, etc., que cada ser tiene. De la misma manera sucede con muchos otros juegos del lenguaje, que más que ayudarnos a hablar bellamente, nos permiten cuestionarnos el qué de cada ser que mentamos a la hora de expresar lo que nos rodea. Se debe conocer la guitarra en su completitud para poder saber que no canta.
            Otro ejemplo es el metro: la medida de los versos van íntimamente ligados a aquello de lo que se habla, como podemos ver en Amores, el primer libro de Ars Amatoria, de Ovidio, en el cual se narra cómo la intención del Nasón era hablar de las gestas heroicas y Cupido, robándole un pie, convirtió su verso en una elegía amorosa. El poeta sabe por medio del dios cuál es el metro correcto para hablar de amor. Sólo aquel que conoce la revelación de la musa (que se ha preocupado por conocer) sobre el amor sabe la medida que debe usar. El poeta está llamado a conocer sus hablares, pues en sus hablares conoce los seres.
            La figura retórica, como conocimiento del ser, es lo que le da tal importancia al poeta, en medida que éste muestra, con su voz, lo que hay. Por eso es que no basta con conocer, teóricamente, la diversidad de formas de hablar que el hombre tiene, de acuerdo a sus experiencias, ni con el saber usarlas, sino con el hacer de ellas un hábito, un hábito de conocimiento. Saber retórica es querer ser y ver el ser.

Talio



Maltratando a la musa


Un sinsentido para un amigo

Se ha ido, amigo,
El sentido
De la vida,
¡Oh, querida!
De tu vida,
Pervertida.
Ves difícil
El ser útil;
El ser bueno es
Tu veneno.
Sin dar una
No hay ninguna
Razón cierta
Que dé alerta
De tus males
Animales.
Sólo espero
Que un “te quiero”
Te recuerde
Que cuando arde
La esperanza es-
Tá en curarte.




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