Presentación

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lunes, 18 de abril de 2016

Vivir con heridas

Vivir con heridas
Con ligera esperanza
El perdón empieza por las heridas más profundas, no por las superficiales. No se hace porque los demás se lo merezcan o lo necesiten, en el sentido de que sea inexorable. El valor del perdón está en que no es lo primero que nos viene a la mente, como el hambre una vez sentimos los retorcijones en el vientre. Debe empezar por las heridas profundas, porque ellas son la fuente de la que mana la sangre de las más pequeñas. Comienza por las cuestiones más dolorosas, porque no es simplemente olvido.
No hay método para llegar a él. Pero digo que comienza por los dolores profundos, porque es en ellos en donde más difícil nos es pensarlo. Y es en los dolores profundos en donde hallamos la razón por la cual no sabemos encontrar su camino. No quiere decir que sólo una vez desgarrados podamos renacer en él: podemos encontrar la profundidad de nuestras heridas sin haber tocado fondo. Porque siempre involucran a la gente más cercana. Porque es a esa gente a la que le notamos sus errores, con dolor en el corazón, al desilusionarnos vanamente por no saber ver nuestra parte, o porque estábamos seguros de que hacíamos lo justo mientras mirábamos la injusticia.
En el Padre Nuestro, una de las cosas que se le pide al Señor es que perdone nuestras ofensas, al tiempo que decimos actuar consecuentemente con las ofensas hechas a nosotros. No creo que sea gratuito que sea el perdón una de las cosas que se le pide al Padre. El cristiano sabe que se refiere al Padre del hombre, a su Padre, pidiéndole como un hijo mortal le pide a su padre natural que le otorgue lo que requiere de él. En esta relación entre el Padre y el perdón quisiera ahondar por ahora, por ser el cristianismo algo definido a partir de nuestra condición de criaturas y creaturas, por alcanzar algo sobre lo paterno para lo cual no basta la visión de la paternidad natural, pero que a la vez sí se relaciona con ella.
Un padre natural podrá fallar en ser como lo esperamos siempre. Un amigo también lo hará, porque no siempre sabremos juzgar del modo más certero lo que en realidad esperamos de una amistad. Al padre se lo pasamos por alto con mayor dificultad. Quizá sea que exigimos demasiado; quizá sea que estamos acostumbrados a exigir. Estamos tan seguros de que el dar la mitad de la vida es un vínculo que debe obligar a algo. La importancia de la paternidad es que, en sentido estricto, no obliga por naturaleza a nada. Por eso existen los “padres desnaturalizados”. Podemos achacarle su falta de amor, pero la oración del Padre Nuestro nos señala con verdad que fallaríamos en algo al hacerlo, así como él (el padre natural) ha fallado hacia nosotros.

Hemos sido hechos a imagen del Padre, lo cual puede parecerse a la herencia, salvo por la diferencia enorme entre la procreación y la creación. La diferencia es tan grande, tanto como la hay entre la perfección divina y la perfección humana, que no siempre se logra. Pero, para alcanzar a rasgar con la inteligencia la perfección divina, uno debe conocerse. Perdonar las ofensas de un padre natural requiere que veamos cómo él también es criatura. No se trata de dejar pasar las ofensas como lo haría un escéptico, sino de aceptar que sin amor sólo nos dejamos en el tránsito de la injusticia. El perdón requiere de la fe, porque sin ella sólo vemos actos malignos sin cabida alguna, insoportables. Por eso no se da de verdad en la desesperación. Si uno espera que el otro cambie por el hecho de perdonarlo, ha esperado mucho sin entender el perdón, pues uno no escoge el perdón porque sea un medio de comodidad. El principio con el que esa frase citada del Padre Nuestro se mantiene es el mismo de aquel de “con la misma vara”. Si el perdón inicia con las heridas profundas, es porque las ofensas anidan ahí. Si uno se queda con las exigencias de lo natural a los padres, jamás podrá ver lo divino, la luz de la misión perenne por soportar el calvario, como lo hizo el Hijo. Dije que quien no se conozca, no podrá llegar al Padre. También se sabe que el Hijo vino para mostrarnos la alianza, en la que perdón es requerido como medio para saber la cruz que cargamos, y saber que en la crucifixión está lo que el Padre pidió del Hijo. 


Tacitus

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