Hablamos para
todo; nos gusta decir nuestras opiniones que pretenden reflejar la verdad sobre
todo. Recientemente Gran Bretaña se separó de la Unión Europea y en casi
cualquier lado he escuchado opiniones al respecto. El asunto lleva fraguándose
desde hace mucho (incluso mataron a una diputada inglesa por su oposición al
mejor conocido como brexit); desde
hace mucho la economía de diversas partes del mundo se ha visto alterada. No
pretendo hablar de economía y política aquí. Tan sólo pretendo usar el ejemplo
para mostrar que siempre tenemos una opinión sobre algo y, regularmente,
creemos en la verdad de esa opinión. En el caso de qué sea la sabiduría o el
conocimiento, podemos preguntarnos: ¿también tenemos una opinión de eso?,
¿creemos que esa opinión es verdadera?, ¿si no es verdadera, por qué la
tenemos? Pero si no queremos fastidiarnos con preguntas cansinas, podemos
afirmar: “todos, en alguna medida, tienen la verdad, pues cada cabeza es un
mundo”. Independientemente de que con esta respuesta le estemos dando la palma
a Protágoras, el afamado sofista de Abdera, por haber dicho lo que queríamos
escuchar, con esa respuesta no se está haciendo la pregunta enserio, tan sólo
se busca dejarla a un lado. ¿Qué hacer para responder? Mejor dicho: ¿qué hacer
para preguntar adecuadamente? La respuesta es fácil: dialogando. Aunque esto
nos lleva a otras preguntas.
Teeteto continúa
en la discusión sobre si el saber es percepción con una actitud muy tranquila,
dando una opinión que, al parecer, no había entendido del todo, pues Sócrates
la lleva al extremo de decir que si la percepción es única y nosotros nunca
percibimos de la misma manera porque lo que percibimos ya nos cambió para
futuras percepciones, no hay sabiduría. Dicho de otra manera, si toda cabeza es
un mundo, todos vivimos en burbujas, sin darnos cuenta que existen personas más
inteligentes que nosotros o que podemos equivocarnos, que podemos pensar, que
podemos entendernos y, en consecuencia, que podemos dialogar. Dicho de otra
manera: si la percepción es individual y depende únicamente de lo que
percibimos y de cómo nos encontremos en un momento en específico, un cerdo es
igual de sabio que un hombre, pues el cerdo estando enfermo percibe de
diferente manera que estando sano. La tranquilidad de Teeteto es un vicio común
al dialogar, pues no quiere contradecir a quien aparenta saber más y, al
parecer, no quiere pensar junto con él. Por eso su hijo, su idea, está siendo
examinada y vapuleada por Sócrates. Aunque no se trata de vapulear la idea,
sino de demostrarle que era deforme desde el nacimiento, que la semilla era
venenosa desde la inseminación. Teodoro cree que Teeteto es su hijo y vuelve a
elogiarlo para elogiarse a sí mismo, pero él tampoco se había dado cuenta del
veneno protagórico; peor aún, no se da cuenta del peligro de querer escuchar
verdades sin entenderlas. Su figura representa a quien se entretiene escuchando
verdades, quien ve el show de los argumentos desde la primera fila, pero no se
percata de que ahí todo es actuación. Teeteto, joven inteligente, puede
quedarse en el teatro, volverse actor o buscar algo más verdadero.
Fulladosa
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