Presentación

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lunes, 13 de junio de 2016

El tirano de los hombres

El tirano de los hombres
Últimamente me he preguntado si acaso la homofobia no es una derivación del discurso de Lisias en el Fedro de Platón. El discurso, que deslumbra al joven Fedro, fue hecho para seducirlo, lo cual hace que mi hipótesis suene inmediatamente descabellada. El poder de Eros es reconocido desde siempre, y por ello juzgarlo como inmoral siempre es lo más fácil. La pregunta que el discurso, no obstante, trata de manejar es en torno a la conveniencia de amar. ¿No será que nuestras versiones sobre el amor entre personas de mismo género rondan entre la comodidad en donde el sexo nos facilita la tarea de pensar la naturalidad en ello y que, por el otro lado, la tesis de Lisias sea claramente dominante? La homofobia es un modo en que la tesis de Lisias se actualiza.
El respeto a que nos orilla la corrección política dista mucho de aceptar lo normal del amor gay. Como derecho humano, el problema de la homosexualidad sólo se maquilla. Las leyes aprobarán los matrimonios gay, pero no servirán para que lo entendamos como natural. Ese planteamiento muestra su inutilidad en la contradicción que sirve como raíz para su carácter polémico: el peligro de sobajar la solvencia de la familia como institución base de las costumbres y políticas de cualquier comunidad. Ese es un falso problema por el simple hecho de que la homosexualidad no es negación de la familia. Por ello, el verdadero problema ahí es el amor, y el modo en que el racionalismo de Lisias se apodera de nosotros hasta para concebir el lugar natural de la familia.
Mejor es no amar cuando la moral se socava. Otro problema que difícilmente está bien planteado. Es cierto: Eros no siempre nos hace pensar claro. Pero, ¿no es él un misterio digno de notarse, en el que el dolor y la confusión son episodios que brotan primero del máximo bien? ¿No es el bien principio de todo deseo? Y, ¿no será que el amor y el deseo sexual no pueden separarse con facilidad en ese punto? La palinodia socrática nos hacía ver el modo en que las alas y las ansías que con ellas brotan requerían de la cercanía y los besos del bello amado. ¿No será que lo burgués y la idea de lo bello en el sentido moderno tienen ese oscuro toque del moralismo que Nietzsche repudiaba?

No importa la legitimidad del deseo amoroso cuando el sexo es el criterio principal para juzgarlo. El repudio del moralismo no es repudio de la virtud. Porque Lisias le daba una lección moral al brillante Fedro, una de la que Sócrates quería salvarlo. Las lecciones morales no siempre respetan la verdad. En eso consiste una parte de la dificultad que conlleva distinguir bien el amor de Sócrates por Fedro. El deseo por el jovencito no impide que él se arrepiente de haber hablado en contra del amor. La palinodia impide que veamos en Eros al verdadero y único tirano de los hombres, a la enfermedad por antonomasia. Al final debemos decidir si es mejor amar que no amar.


Tacitus 

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