El tirano de los hombres
Últimamente
me he preguntado si acaso la homofobia no es una derivación del discurso de
Lisias en el Fedro de Platón. El
discurso, que deslumbra al joven Fedro, fue hecho para seducirlo, lo cual hace
que mi hipótesis suene inmediatamente descabellada. El poder de Eros es
reconocido desde siempre, y por ello juzgarlo como inmoral siempre es lo más
fácil. La pregunta que el discurso, no obstante, trata de manejar es en torno a
la conveniencia de amar. ¿No será que nuestras versiones sobre el amor entre
personas de mismo género rondan entre la comodidad en donde el sexo nos
facilita la tarea de pensar la naturalidad en ello y que, por el otro lado, la
tesis de Lisias sea claramente dominante? La homofobia es un modo en que la
tesis de Lisias se actualiza.
El
respeto a que nos orilla la corrección política dista mucho de aceptar lo normal
del amor gay. Como derecho humano, el problema de la homosexualidad sólo se
maquilla. Las leyes aprobarán los matrimonios gay, pero no servirán para que lo
entendamos como natural. Ese planteamiento muestra su inutilidad en la
contradicción que sirve como raíz para su carácter polémico: el peligro de
sobajar la solvencia de la familia como institución base de las costumbres y
políticas de cualquier comunidad. Ese es un falso problema por el simple hecho
de que la homosexualidad no es negación de la familia. Por ello, el verdadero
problema ahí es el amor, y el modo en que el racionalismo de Lisias se apodera
de nosotros hasta para concebir el lugar natural de la familia.
Mejor
es no amar cuando la moral se socava. Otro problema que difícilmente está bien
planteado. Es cierto: Eros no siempre nos hace pensar claro. Pero, ¿no es él un
misterio digno de notarse, en el que el dolor y la confusión son episodios que
brotan primero del máximo bien? ¿No es el bien principio de todo deseo? Y, ¿no
será que el amor y el deseo sexual no pueden separarse con facilidad en ese
punto? La palinodia socrática nos hacía ver el modo en que las alas y las
ansías que con ellas brotan requerían de la cercanía y los besos del bello
amado. ¿No será que lo burgués y la idea de lo bello en el sentido moderno
tienen ese oscuro toque del moralismo que Nietzsche repudiaba?
No
importa la legitimidad del deseo amoroso cuando el sexo es el criterio
principal para juzgarlo. El repudio del moralismo no es repudio de la virtud.
Porque Lisias le daba una lección moral al brillante Fedro, una de la que
Sócrates quería salvarlo. Las lecciones morales no siempre respetan la verdad.
En eso consiste una parte de la dificultad que conlleva distinguir bien el amor
de Sócrates por Fedro. El deseo por el jovencito no impide que él se arrepiente
de haber hablado en contra del amor. La palinodia impide que veamos en Eros al
verdadero y único tirano de los hombres, a la enfermedad por antonomasia. Al
final debemos decidir si es mejor amar que no amar.
Tacitus
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