El
amor y el progreso
La teoría sociológica de las
relaciones está enferma de romanticismo académico. Las relaciones
significativas, que no las únicas, del hombre son el amor y la amistad. No
porque sean necesariamente las más humanitarias, sino porque en ellas
entendemos mejor el sentido de una relación humana. Saber que la familia es una
convención atraída con el paso de la historia, cuya modificación depende del
sentido de propiedad, sirve poco incluso para comprender las familias que nacen
de otros vínculos diferentes al amor. Evidentemente, Rousseau, quien vio
profundamente en este problema, sabía de dicha complicación. Su idea de hablar
de dos amores me parece una versión importante a la hora de valorar el
significado de las relaciones. Sobre todo si consideramos que, prácticamente,
los dos amores son parte de la dinámica del progreso como él lo entiende. Los
dos amores son los sostenes centrífugos y revolucionarios (como todo su
pensamiento) de toda relación social, explicación de la historia, en donde la
degeneración del hombre moderno puede verse. No es sólo una aproximación
antropológica, sino una observación erótica.
Suena aventurado lo último.
Sobre todo cuando se habla de un hombre que consideraba al amor, en tanto
pasión, como algo aprendido. No es en vano que la familia y la amistad sean
consideradas por igual como brotes secundarios, que requerían de la pesada
civilización y sus cadenas. La propiedad tiene que ir de la mano con el amor y
la familia porque es la tríada de esa intimidad. En donde no hay propiedad, no
puede haber familia. Sin amor no hay propiedad. Y lo digo en el sentido más básico.
El estado de naturaleza de Rousseau disocia todo lo que parece social del
hombre, por el hecho de que la naturaleza no es social, según él.
No puede haber propiedad sin
amor, pero eso no indica que lo importante en la propiedad es que defina el
egoísmo, la violación de la naturaleza sin límites. La naturaleza tiene
límites. La propiedad no le pone ninguno, en todo caso. La propiedad podría
considerarse un progreso que no viola la naturaleza humana. Satisface los
deseos, pero no inmediata ni gratuitamente. Uno creería que el nomadismo era la
verdadera aventura del hombre, por ser ella su verdadero rostro original. Pero
la originalidad no muestra lo esencial. Lo hace sólo si el hombre es un ser
histórico. Si la familia es la joya del sedentarismo, no significó comodidad.
Es un yugo misterioso. Parece difícil creer que el hombre haya decidido
llevarlo a pesar de estar hecho para la libertad. En esa contradicción basaba
Rousseau su polémica visión sobre el amor.
La amistad es un lazo único. El
progreso no la socava necesariamente. Si consideramos el nacimiento de las
ciudades desde el nomadismo anterior, bien podría tratarse de un progreso del
que las relaciones no se podrían arrepentir. Quizá aquí venga al caso el hecho
de que el descuido de la amistad sea el descuido de la política. No es que la
amistad sea una necesidad, es porque no nace de la necesidad de compartir y de
la vecindad perenne que puede hacer surgir la virtud de lo común. En la medida
en la que uno crea que la amistad fue el bálsamo de una vida sinsentido, en esa
medida estamos lejos de verla como un progreso, que tampoco es necesariamente
un cambio antropológico, sino un aprendizaje erótico, posible gracias a la naturaleza
humana. La amistad no puede ser abolida porque, aunque se reducan las
posibilidades de su éxito, hace falta que el hombre deje de ser hombre para que
eso suceda; es decir, que esté imposibilitado para coincidir y consentir, para vincular
su vida. El progreso no es signo del racionalismo anerótico.
Tacitus
¿El deseo amoroso es algo que se aprende?, ¿no es precisamente eso lo que hace que el hombre hable, se reúna y le vuelva problemáticas sus relaciones sociales? O ¿te refieres al deseo provocado por el amor de sí y el amor propio? Saludos.
ResponderEliminarNo dije que era algo aprendido. De hecho sólo apunto que Rousseau sabe bien eso que acabas de señalar, por lo cual termina siendo paradójico su idea del estado de naturaleza en relación con el amor, quien sostiene en un lado que el amor no es primero más que el apetito, y que en otro lado sostiene que la palabra nace de la pasión. La paradoja o la aparente contradicción, según yo, no es tan difícil de disolver en el caso de Rousseau, si vemos que, según él, la razón es una cosa que se desarrolla junto a la dinámica de los dos amores.
ResponderEliminarNo sé si en el caso de Rousseau haya algún deseo que no esté involucrado en esa dialéctica, salvo quizás lo deseos "corporales".