Presentación

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lunes, 19 de septiembre de 2016

La ignorancia en el deseo

La ignorancia en el deseo

Eros no puede explicarse mediante la costumbre. No hay edad en la tenga que surgir. No perseguimos lo mismo, aunque sí cosas semejantes. No apreciamos la belleza de la misma manera, y no hay un único modo en que se dé. No existe siquiera, por más que así lo queramos pensar, una edad en donde el deseo sexual se intemperante por excelencia en todos los individuos. Puede que sea normal, pero ello es debido a que es natural. Es decir, que haya cosas que todas las parejas y los amigos suelen hacer, deseos en los que coinciden, pero eso no explica ni su surgimiento ni la manera en que la educación templa el alma. Ese es el problema central.
No puedo decir el origen exacto de la costumbre; nadie puede. Seguramente, mucho tiene que ver la coincidencia de los fines en la palabra. Puedo decir que, desde siempre, el centro de la educación es un conflicto erótico. La atención y la inteligencia, factores reconocibles desde siempre, no es gratuita: no todos perseguimos lo mismo, ni deseamos que se nos hable en términos ininteligibles. Quizá la educación, el esfuerzo por mantenerse en un camino que parece inagotable, dependa mucho de un deseo constante. No decepcionar al maestro es algo que debe surgir de algo que el maestro nos indicó. Algo hizo con nuestro deseo y nuestro modo de ver el bien. Algo que mostrar que el camino en el conocimiento, que el camino del actuar y el pensar van de la mano por nunca dejarnos descansar ni permitirnos cojear.
Por otro lado, algo hay acerca de Eros que permite que reconozcamos ideas y deseos latentes en las almas de los hombres a lo largo de la historia. El conocimiento de una obra literaria es, ciertamente, histórico. Pero no lo es simplemente porque retrate o cuestione el momento histórico, pues no son nunca narraciones históricas; tienen una ventaja eterna frente a la narración de los datos. Es así porque enseña que, en España, Rusia o Alemania había un problema que podía ser meditado para siempre. Un problema en el modo de vivir y pensar de la naturaleza de los hombres frente al mundo en que se está. El romanticismo es una inquietud latente en la pasión. La fiereza o mansa naturalidad de los corazones que se ven arrastrados en un vértigo, confrontándose con el apocamiento burgués: con los grilletes de la costumbre racionalista. Hasta tuvo una fresca versión de la educación en la importancia que le otorgaron a la sensibilidad para el conocimiento.
Las enseñanzas románticas sobre la pasión, la importancia de Eros en la vida del hombre es un conflicto en el que la verdad está en medio. Sócrates decía que el filósofo era sin duda el hombre más erótico de todos. Los realistas dicen que Eros, en su naturaleza descarnada, está lejos de mostrar el bien. Ese conflicto lo acarreó el hombre moderno hasta la novela romántica y hasta el nihilismo. La insatisfacción de Fausto lo lleva a desear su juventud, a probar el mal para subir al cielo. Las versiones más escuetas del amor cristiano lo convierten en resequedad para el amor. 
Que lo erótico sea parte del problema del conocimiento y el bien no es nada falso. La distinción en la pasión y el amor no puede verse si no hay primero esfuerzo por acercarse a la verdad. Es decir, que no hay manera de ver cómo, movidos por Eros, nuestros deseos no eran los mejores, hasta que comenzamos a pensar en lo mejor. Nos gusta decir que no somos perfectos, pero no nos damos cuenta que eso es el peor pretexto de todos, y el mejor indicio sobre la naturaleza del hombre. 



Tacitus

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