Nuestra
triste figura
Pocas maneras de entender la
relación entre el fracaso y la justicia como la que se exhibe en el Quijote. ¿No parece mejor denominación
para un enamorado de las causas eternas el de la locura? Así parece para quien
no puede hallar relación alguna entre su prudencia lógica (vista en su
lenguaje) y su disparatado afán por la realidad de lo caballeresco. Sólo que
una cosa es pasar burlado por un deseo brioso de verdad que ser burlado por la
irracionalidad. Ser víctimas de una sinrazón envuelta en miles de razones que
discurrir en la razón de la sinrazón. Esa es la diferencia entre nuestro
fracaso político, bien evidente, y el aparente fracaso del famoso Caballero de
la Triste Figura.
De lo nefasto de nuestra realidad
sólo son efectos las muestras públicas de idiotez e inutilidad. Es preocupante
que la política se haya vuelto más una preocupación latente por la imagen y las
notas escandalosas que una vocación de la prudencia. Los sexenios pasan y se
justifican más en retóricas que demuestran ser erróneas y que son pobremente
discutidas, injustamente socavadas e ignoradas. Que la pregunta incómoda brote
siempre del ejercicio propio por el que la política recibe su nombre. La
justicia significa eso.
Tristemente, el fracaso nos ha
llevado, hasta ahora, a muy poco, casi a nada. Porque es un fracaso rotundo el
que la política sea siempre impedida por la ignominia. Don Quijote enseñaba que
la justicia no es un fracaso, aunque por ello seamos burlados. Porque en la
justicia importa la victoria mientras no sea exclusivamente personal. De eso se
trata aquello de enderezar tuertos. La justicia está hecha para que la
desigualdad no medre la verdad, no para desaparecerla.
En la justicia sólo hay fracasos
cuando ella no existe. No existe cuando nadie la desea ni la procura, cuando la
pregunta, inmortalizada por Sócrates, sobre la pertinencia de la justicia es
evadida y no respondida satisfactoriamente. Si ni el fracaso preocupa, queda el
silencio bruto de la fuerza. A cada pregunta, a cada reproche hecho hacia el
caballero andante, a cada reprimenda que le llamaba a quedarse a su casa, él
sabía responder que su oficio no estaba en casa. Que mejor es ser apedreado por
pretender vivir en un mundo que no parece éste, a conformarse con las aventuras
leídas. Si no mal recuerdo, a Sócrates lo tomaron también por enseñar el supuesto
platonismo del mundo de las ideas. A él también se le pregunta sobre su posible
fracaso.
A la luz de su “fracaso”, de los
golpes y burlas recibidas, podemos entender mejor el nuestro. Nuestro fracaso
no fue haber buscado la justicia recibiendo piedras por ello, no es la extravagancia
del buen discurso entre los discursos de los cuerdos, sino el no poder dar
razón de nuestra parte. Que agachemos la frente por creer que nuestro error
reside en la falta de valores y en la mediocridad de la “cultura”. Que cunda la
idiotez y no la santa locura en nuestra cotidianidad.
Tacitus
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