Presentación

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lunes, 5 de septiembre de 2016

Nuestra triste figura

Nuestra triste figura
Pocas maneras de entender la relación entre el fracaso y la justicia como la que se exhibe en el Quijote. ¿No parece mejor denominación para un enamorado de las causas eternas el de la locura? Así parece para quien no puede hallar relación alguna entre su prudencia lógica (vista en su lenguaje) y su disparatado afán por la realidad de lo caballeresco. Sólo que una cosa es pasar burlado por un deseo brioso de verdad que ser burlado por la irracionalidad. Ser víctimas de una sinrazón envuelta en miles de razones que discurrir en la razón de la sinrazón. Esa es la diferencia entre nuestro fracaso político, bien evidente, y el aparente fracaso del famoso Caballero de la Triste Figura.
De lo nefasto de nuestra realidad sólo son efectos las muestras públicas de idiotez e inutilidad. Es preocupante que la política se haya vuelto más una preocupación latente por la imagen y las notas escandalosas que una vocación de la prudencia. Los sexenios pasan y se justifican más en retóricas que demuestran ser erróneas y que son pobremente discutidas, injustamente socavadas e ignoradas. Que la pregunta incómoda brote siempre del ejercicio propio por el que la política recibe su nombre. La justicia significa eso.
Tristemente, el fracaso nos ha llevado, hasta ahora, a muy poco, casi a nada. Porque es un fracaso rotundo el que la política sea siempre impedida por la ignominia. Don Quijote enseñaba que la justicia no es un fracaso, aunque por ello seamos burlados. Porque en la justicia importa la victoria mientras no sea exclusivamente personal. De eso se trata aquello de enderezar tuertos. La justicia está hecha para que la desigualdad no medre la verdad, no para desaparecerla.
En la justicia sólo hay fracasos cuando ella no existe. No existe cuando nadie la desea ni la procura, cuando la pregunta, inmortalizada por Sócrates, sobre la pertinencia de la justicia es evadida y no respondida satisfactoriamente. Si ni el fracaso preocupa, queda el silencio bruto de la fuerza. A cada pregunta, a cada reproche hecho hacia el caballero andante, a cada reprimenda que le llamaba a quedarse a su casa, él sabía responder que su oficio no estaba en casa. Que mejor es ser apedreado por pretender vivir en un mundo que no parece éste, a conformarse con las aventuras leídas. Si no mal recuerdo, a Sócrates lo tomaron también por enseñar el supuesto platonismo del mundo de las ideas. A él también se le pregunta sobre su posible fracaso.

A la luz de su “fracaso”, de los golpes y burlas recibidas, podemos entender mejor el nuestro. Nuestro fracaso no fue haber buscado la justicia recibiendo piedras por ello, no es la extravagancia del buen discurso entre los discursos de los cuerdos, sino el no poder dar razón de nuestra parte. Que agachemos la frente por creer que nuestro error reside en la falta de valores y en la mediocridad de la “cultura”. Que cunda la idiotez y no la santa locura en nuestra cotidianidad.


Tacitus

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