Mientras leía el
diálogo que nos ha traído pensando a ti y a mí, oh caro lector, veía una caja y
la tomaba constantemente como ejemplo. Pero esa caja me hacía recordar otras
cajas, una mudanza, libros, personas de las que no me había acordado desde hace
años y hoy volvían a mi memoria sorpresivamente; repasaba mi evocación y veía
un tipo de nexo, y al cuestionarme en por qué hacemos nexos mi atención volvió
al diálogo. Un diálogo que inicié hace casi medio año, con consideraciones
lanzadas al aire, preguntas inquietas, sin una razón clara de por qué las hacía.
Un diálogo que pronto verá su fin, pues hoy lanzo la penúltima entrada sobre el
asunto.
Decía hace dos
semanas que Sócrates había refutado la máxima protagórica en términos
prácticos, es decir, que había refutado la practicidad que su posible máxima
podría tener. Vuelvo a leer el primer enunciado del segundo párrafo y me doy
cuenta que es complicado para ti, oh caro lector, así que, si me lo permites,
reformularé lo que quise decir; antes de ello, te pido que me sigas con mucho cuidado,
que los siguientes asuntos requieren una suma atención. Si el saber tenía
alguna posible influencia en el actuar humano, no era el saber de la máxima de Protágoras:
el artista tiene más autoridad en lo que conoce que una persona ignorante del
asunto. Pero a la refutación en cuanto al efecto práctico de la máxima, había
que añadir la refutación de la máxima en el sentido, digamos, metafísico, es
decir, en cuanto a qué había que suponer sobre el ser para que el hombre fuera
la medida de dicho ser. Para llegar a la refutación metafísica se debe precisar
la relación entre el hombre y el ser. Si el hombre sólo percibe cosas que se
mueven, no se puede decir que nada sea; si nada es, tampoco nada puede
afirmarse; y si se acepta la imposibilidad de la afirmación, no hay falsedad o
verdad posible. Dicho en otras palabras: todo se conoce y conocerá en la
superficie. Si Sócrates se hubiera rendido en este punto, no habría podido explicar
por qué nos equivocamos, pues nos equivocaríamos por estar hablando siempre de
algo que nunca puede ser. Aunque antes de avanzar hacia ese punto, debe refutar
que no toda percepción se hace en movimiento, ni de las cosas ni de la
capacidad del sentido que mira. Lo cual logra señalando que algo subyace a lo
que se percibe: el alma unificadora de los sentidos con los que percibimos.
Advierto que en esta parte del argumento implícitamente se nos está
preguntando: ¿unifica el alma o la cosa que se está percibiendo está unificada? Es decir:
al ver una caja, tocarla, azotarla, olerla e inclusive degustarla, ¿estás
diferentes cualidades se encuentran unidas en la misma caja o es el hombre que,
mediante su alma, unifica las cualidades sin que ellas ya hayan sido posibles
por la caja? Este problema puede enunciarse como la relación entre lo que
percibo y lo que pienso o, como exageradamente anuncié, el hombre y el mundo.
Para complejizar
más el problema le agrego el ya olvidado asunto de la memoria, pues así también lo sugiere
Sócrates. Como hay recuerdo, hay algo que ya se percibió, y una percepción
pasada puede afectar a una percepción futura. Por ejemplo: podemos confundir a
las personas que vemos en la calle con otras que ya conocemos o puedo creer que mi caja ha sido robada por
ver en casa de una persona una caja semejante. El recuerdo de algo que ya
conozco con algo que todavía desconozco pero percibo, puede llevarme a
equivocarme en una percepción. El ejemplo de la caja es demasiado fácil y
evidente. Puedo conocer alguna de esas calles peligrosas de la Ciudad de México
y ver que un tipo con peinado de Cristiano Ronaldo, playera marca Tomy adornada con
rayas verticales, pantalón marca Goga y Tenis Jordan, se me acerca en esa misma
calle que estoy percibiendo, ¿me equivoco o me confundo si considero que mi mejor decisión es correr de ahí lo antes posible? Mi alma hace una serie de relaciones complicadas para decidirse a apurar el paso, que
van desde cómo percibo al individuo con vestimenta peculiar a mi conocimiento
de que esa calle es famosa por sus asaltos; sin pasar por alto que el tipo puede traer una navaja como el último tipo que me asaltó. Aunque la sombra de la duda me
puede preocupar, pues tal vez el tipo andaba perdido y sólo quería saber cómo
llegar con bien a su destino. Todavía peor: quizá por mi culpa lo asalta algún villano de la zona al no reconocerlo como parte del barrio.
Sócrates nos
demuestra que conocer algo no es como recibir el impacto de una imagen a
nuestra tablilla de cera llamada memoria. Nos demuestra que el conocimiento de
algo implica una constante relación entre lo que se percibe y lo que se conoce;
a una relación donde estoy pensando lo que voy percibiendo; a una constante
relación entre lo que reflexiono, lo que recuerdo y lo que percibo; una relación
entre el hombre y el mundo.
Fulladosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario