Después de leer
durante un largo rato algo raro me pasa: empiezo a sentirme más reflexivo. Las
ideas fluyen de un lado a otro y comienzan a rondar por distintos lugares; traen
recuerdos y descubren detalles en lo vivido que anteriormente no había visto. Lo más
interesante es cuando intento conducir el movimiento de mi pensamiento. Me veo
y le pongo atención a lo que más tengo a la mano. Veo mi mano y mis dedos: cada
uno es diferente y todos son nombrados dedos, quizá por ello se les han puesto
apellidos diferentes a cada uno. Pero qué interesante que todos tienen
semejanzas y diferencias: todos están en la mano, tienen uñas, venas, carnita, pero
cada uno es de diferente tamaño, uno es más ancho, otro más largo. ¿Cómo será
posible que yo me percate de sus diferencias y similitudes? Al parecer,
mediante mi pensamiento, generalizo y particularizo, veo diferencias y
similitudes. Inclusive, a través de complejas relaciones, le doy simbolismo a
mis dedos: uso dos y quiero decir amor y paz; en uno, de una mano en específico,
se coloca la argolla del compromiso y la del matrimonio; con el más gordito y corto levantado hacia
arriba señalo mi aprobación; inclusive el dedo más largo tiene un simbolismo
fálico. Supongo que en otras latitudes tendrán otros simbolismos. La
imaginación humana es un fértil árbol.
Igual de
apasionante y maravilloso es leer la astucia de Yago en las pláticas que uno
fortuitamente escucha en el transporte público. Si la persona que quiere
manipular a su compañero mediante sus palabras leyera la tragedia Otelo de Shakespeare, donde Yago
destruye a todo aquel que se relaciona con él, ¿se abstendría de querer usar en
su beneficio a las personas? ¿Hacerse consciente de un problema es semejante a
intentar disolver ese problema con las acciones pertinentes? Un problema
complejo sería: ¿es justo matar a un asesino? Lo problemático redunda en que la
justicia en este punto se podría confundir con la venganza. No es lo mismo a preguntar: ¿es justo matar a Yago?. No cabe duda que
las acciones humanas son demasiado problemáticas, por eso hay que pensarlas con
mucho cuidado.
En quienes he
leído una mayor reflexión sobre las acciones humanas ha sido en los filósofos y
en los poetas, aunque también los historiadores le ponen énfasis especial a
determinadas acciones. Además, todo hombre en cuanto agente, ha pensado, más o
menos, sus acciones. Pensar las causas de una acción, los motivos que las
incitaron, el contexto en el que se desarrollan y las situaciones en las que
una misma acción podría ser catalogada como mala o como buena, es algo loable y
necesario de hacer. Aunque, ¿la reflexión sobre la acción tiene una
consecuencia práctica?, ¿la reflexión sólo le sirve a quien la hace o a todos a
los que se les comunica?, ¿a los que se les transmite la reflexión, ven la
importancia de dicha reflexión y la quieren concretizar en una acción? Si algo
queda claro con estas preguntas es que para responderlas adecuadamente hay que
reflexionarlas. Nos indican la importancia de la labor reflexiva, pese a que
ésta no sea vista, por muchos, como algo importante. El deseo por pensar, por
buscar incesantemente la sabiduría, no depende de tener las condiciones
materiales adecuadas, pues hasta un banquero puede ser un gran poeta. Mucho
menos depende de ver contextos históricos, de pensar que la Filosofía, la
historia o la poesía son algo en sí mismas, sin darse cuenta que de la verdad,
por ejemplo, la verdad de la acción, se tiene una experiencia. Los problemas
patentes en la realidad, a través de todos los siglos, nos exigen reflexionar,
darnos cuenta que vivir con prejuicios es estar esclavizados.
Fulladosa
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