La
emoción que sentían crecía conforme aumentaba el número de pasos dados. Pero no
crecía por la situación en la que se encontraban, sino porque un sueño de una
de ellas estaba cumpliéndose. Siempre se maravillaban cuando les pasaba ese
tipo de cosas. Intuir y ser partícipes de la magia de un sueño las llenaba de
fe, como cuando pedían un deseo con una pestaña o un diente de león. El sueño,
dijo una alguna vez, es como un deseo pero más sincero, porque lo pide
directamente el alma.
En
ese momento sentían sus sentimientos ensanchándose a cada minuto. Los pasos seguían,
pero no como los demás días. Estos iban llenos de ira y fuerza. Las voces,
contrarias a los pasos, parecían perdidas. Se escuchaban gritos a diferentes tiempos
aunque se expresaba un mismo mensaje, rabia y dolor.
Siento
que no encajo, dijo la que había soñado semanas atrás lo que se hizo realidad
el 25 de noviembre del 2016. Y entonces, ahí, en medio de un ritual de brujas
que no sabían organizarse ni escucharse, hicieron su propio aquelarre. Espontáneo,
sincero, alegre; así salió como si lo hubieran planeado con meses de
anticipación. Ellas, al llevar a cabo su ritual, llamaron la atención de las
brujas que las rodeaban por la fuerza y la unión que mostraban. Algunas
intentaron entrar, aunque con poco éxito, pues no entendían la relación y el
lenguaje de esas pequeñas brujitas que habían decidido empezar a resurgir de
entre las piedras.
Poco
después, entendí que su ritual no había acabado completamente, ni que había
empezado precisamente ese día en esa zona de la Ciudad de México. Aún les
faltaban muchas cosas por sanar, pero sin duda mostraron un gran desahogo al gritar
con la amiga y hacer que, juntas, resonaran más sus palabras.
La
chica entre dos planos
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