Las bodas son
una bella tradición. Representan la pérdida de la individualidad, la nulidad
del yo en el beso del nosotros respaldado por la obediencia a Dios. En las
bodas se comparte la alegría del amor, se reafirma la tradicional y debida obediencia
a Dios. Dios hizo a la mujer de la costilla del hombre; la unión entre la mujer
y el hombre trasciende el ámbito histórico. La tradición del matrimonio se basa
en la propia constitución humana.
Hay tradiciones
que se fundan en sucesos históricos, como el día de la independencia mexicana.
El festejo no se funda en aquella ambigua idea de la liberación, sino en la
autonomía y el patriotismo nacional. Cualquiera que después de celebrar alegremente
el 15 de septiembre recaiga en la cruda de la conciencia, se dará cuenta que el
patriotismo y la autonomía mexicana han sido devorados, como los hermanos de Zeus,
por el tiempo. Lo mismo pasa con
cualquier tradición que ha perdido su vitalidad: se transforman en cualquier
entretenimiento y pierden su sentido; lo mismo hacen quienes van a un bar cada
semana al cine o a un concierto, lo que se busca es dejarse devorar por el
entretenimiento.
No hay peor
entretenimiento que al que se le maquilla con lo que fue, no ha sido y quizá ya
no sea: las reuniones de ex alumnos. Dichas reuniones comen la botana del
recuerdo del trato cotidiano de la escuela; al cambiar el trato cotidiano de
los antiguos escolares, esas reuniones se fundan en el intento de querer
revivir “los buenos tiempos”. Quizá no haya momento más triste en las reuniones
que añorar buenos momentos en momentos grises. ¿Para qué reunirse si sólo se
intenta cicatrizar las heridas con un placebo?, ¿valen para revalidar la vida
social, hacerla común y quitarle lo valioso a los recuerdos escolares? En
alguna ocasión vi una reunión que casi me hace llorar: gente que se tenía por
diferente, que pretendía hacer de la reflexión su vida, recordaba los años en
los que todavía reflexionaba, pero sin reflexionar y sin la mínima intención de
volver a hacerlo. Supongo que ha de ser tan triste como un poeta que recuerda
haber hecho bellas líneas y ya no los quiere hacer porque se han podrido sus
alas poéticas con las cuales podía ver la belleza de la verdad.
Fulladosa
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