Presentación

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domingo, 27 de noviembre de 2016

Lo que fue



Las bodas son una bella tradición. Representan la pérdida de la individualidad, la nulidad del yo en el beso del nosotros respaldado por la obediencia a Dios. En las bodas se comparte la alegría del amor, se reafirma la tradicional y debida obediencia a Dios. Dios hizo a la mujer de la costilla del hombre; la unión entre la mujer y el hombre trasciende el ámbito histórico. La tradición del matrimonio se basa en la propia constitución humana. 

Hay tradiciones que se fundan en sucesos históricos, como el día de la independencia mexicana. El festejo no se funda en aquella ambigua idea de la liberación, sino en la autonomía y el patriotismo nacional. Cualquiera que después de celebrar alegremente el 15 de septiembre recaiga en la cruda de la conciencia, se dará cuenta que el patriotismo y la autonomía mexicana han sido devorados, como los hermanos de Zeus, por el tiempo.  Lo mismo pasa con cualquier tradición que ha perdido su vitalidad: se transforman en cualquier entretenimiento y pierden su sentido; lo mismo hacen quienes van a un bar cada semana al cine o a un concierto, lo que se busca es dejarse devorar por el entretenimiento. 

No hay peor entretenimiento que al que se le maquilla con lo que fue, no ha sido y quizá ya no sea: las reuniones de ex alumnos. Dichas reuniones comen la botana del recuerdo del trato cotidiano de la escuela; al cambiar el trato cotidiano de los antiguos escolares, esas reuniones se fundan en el intento de querer revivir “los buenos tiempos”. Quizá no haya momento más triste en las reuniones que añorar buenos momentos en momentos grises. ¿Para qué reunirse si sólo se intenta cicatrizar las heridas con un placebo?, ¿valen para revalidar la vida social, hacerla común y quitarle lo valioso a los recuerdos escolares? En alguna ocasión vi una reunión que casi me hace llorar: gente que se tenía por diferente, que pretendía hacer de la reflexión su vida, recordaba los años en los que todavía reflexionaba, pero sin reflexionar y sin la mínima intención de volver a hacerlo. Supongo que ha de ser tan triste como un poeta que recuerda haber hecho bellas líneas y ya no los quiere hacer porque se han podrido sus alas poéticas con las cuales podía ver la belleza de la verdad. 

Fulladosa

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