Humanidad y poesía
El
genio puede habitar en lo que llamamos popular. Puede haber poesía popular y
arte en el alma que no ha adquirido ni puede adquirir por sus orígenes y por su
hechura el estatus de cultura. Ni los folkloristas ni los intelectuales de la
universidad pueden conciliarse al respecto, porque no abordan correctamente el
sentido y el problema que sugiere la existencia de la cultura en toda
civilización. Están entre el prejuicio del multiculturalismo y la exigencia
elitista de la verdad que hace de ella un lugar privilegiado, en el sentido que
se los permiten sus prejuicios intelectuales que, por otro lado, los dejan
promover o atacar las expresiones de dichos prejuicios. La verdad se les escapa
porque simplemente no están dispuestos a que la cultura sea interpretada en un
sentido histórico que no sea la de la creación del sujeto o la de la
hermenéutica que no lee, sino que sólo divaga.
No
es la palabra expresión de la cultura, sino que la palabra es lo que realiza la
cultura. Lo mismo con el arte. Existe la poesía popular porque el ingenio para
lo musical y la efectividad de una construcción verbal en torno a lo mundano es
algo transmitido en la captación más elemental de la repetición. Muchos hemos
repetido juegos a base de rimas sin habernos detenido a analizar el conteo de
las sílabas, así como no nos detenemos a pensar en las partes de una canción
para gozarla. Hemos aprovechado el doble sentido de la palabra, recreándonos en
la metáfora. No es necesario ser mexicanista para defender esa conexión que
todo hombre goza entre su lenguaje y el modo en que percibe la vida entre su
coterráneos.
Lo
popular no se distingue de lo que no lo es sólo por su carácter vulgar. La
popularidad no es igual a la vulgaridad, aunque muchas veces se mezclen. La
popularidad reconoce el genio que reside en algo compartido con mayor
facilidad. La canción popular no es la sonata para piano simplemente porque las
sonatas para piano tienen una complejidad que nació en otro terreno del arte;
es más probable encontrarnos que el vecino tararee una tonada hecha por José
Alfredo que oírlo silbar algo de Mozart. Eso no le resta universalidad,
creatividad o arte a ambas expresiones; tampoco cultura. Lo popular en una
canción de José Alfredo está tanto en la tonada casi monorítmica como en lo que
enseña y se vive por su palabra: la negrura, por ejemplo, del destino de un
despechado (“yo sentía que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro,
como mi suerte”). Dirán siempre que su arte no requería del genio de Mozart, lo
cual es cierto, porque sólo el genio de José Alfredo, tan relacionado con el
deseo del alcohol y la emanación de una mujer caprichosa, podía darnos una joya
metafórica semejante (¿cómo es que la suerte puede ser negra y abismal,
terrorífica, insalvable?) que se lleva mejor, es cierto también, con el
guitarreo constante y leve que la canción mexicana lleva en su ser, ritmo que
se acopla incluso a ese arbitrio poético en el sonido de las palabras, parte
elemental de lo poético:
yo sentía que mi vida
se perdía
en un abismo profundo
y negro,
como mi suerte.
Ese pudor que se apodera del intelectual reside, creo,
en la peste que cree que lo popular tiene. Y ese es un prejuicio acerca de la
cultura y del sentido de su universalidad. Lo popular, para él, es la
creatividad de la vida baja. No ve que la verdad es más amplia que el genio, y
no al revés. La palabra puede perseguir el milagro por el que vivimos para
siempre. La universalidad de lo popular es distinta a la que poseen los hombres
cuya obra merece encumbrarse y dirigirse al terreno de la literatura y el arte
transmisible de un lugar para el mundo y el hombre. La cultura distingue y
puede unir en esos sentidos. Si hay expresiones populares, eso claramente
distingue en las expresiones e ingenios que la lengua y la necesidad en
nosotros. La cultura está hecha sobre eso. La producción de la vida en común;
la comprensión compartida de la vida: un hombre culto requiere de la lectura y
de las artes porque por ellas su vida es mejor, en tanto que el gusto por saber
y comprender el mundo lo mejor que pueda le permiten ser, en el sentido más
propio de la palabra, feliz y libre. La poesía y el arte, así como la
reflexión, son valiosas en sí mismas, cuando de verdad llevan ese nombre.
Tacitus
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