Cuando
Estela despertó, notó que un señor la miraba con extrañeza. No era la primera
vez que pasaba eso, últimamente era más frecuente. Le gustaba sentarse del lado
de la ventana en el transporte público, así podía dormir tranquilamente, aunque
le molestaba que el camión se llenaba rápidamente y esto implicaba más ruido,
más distracciones y posibles observadores. Ese día, un señor de chamarra café y
con gorra azul iba parado a la izquierda de Estela y le iba prestando atención,
notó que reguló su respiración hasta quedarse dormida, después que despertó por
un movimiento fuerte de su cuerpo. Ella solía hacer eso como parte de un tipo
de entrenamiento. Había leído que, durante el sueño, el cuerpo se relajaba
mucho, y llegó a pensar que si se relajaba aún más, podría llegar a una cierta
separación entre su alma y su cuerpo. Ese era el motivo por el que intentaba dormir
tranquila en cuanto pudiera. Pero conforme fue practicando se dio cuenta de que
no era una tarea fácil. La razón, los movimientos bruscos que sucedían en el
cuerpo y que despertaban a Estela. Entraba en conflicto cada que sucedía
esto, porque su cuerpo mismo no la dejaba tranquilizarse tanto. Ella misma se
ponía un límite para evitar que, con un grado muy alto de tranquilidad, su corazón dejara
de latir. Parecía que el cuerpo se aferraba a mantener esa dualidad que el
alma, por capricho, quería separar. ¿Qué soy entonces, alma o cuerpo o ambos?
se preguntaba. ¿Por qué mi alma se empeña en separarse? ¿Por qué razón mi
cuerpo se aferra a impedir dicha separación?
La chica entre dos planos
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