Presentación

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domingo, 2 de abril de 2017

¿Por qué en Los Nombradores Mudos no se dialoga?: Parte I (el infierno son los otros)



El primer error al planear un magnífico día es creer que se va a platicar con frescura e ininterrumpidamente. Si el acompañante es magnífico, se podrá charlar, dialogar con él, llegar a un mutuo descubrimiento de los temas que se saboreen sobre la mesa. Esto, pareciera, no se da repentinamente, pues casi todo de lo que hablamos tiene una previa reflexión, pero el momento del diálogo implica otra reflexión, un mirar lo que ya se vio en otras ocasiones y descubrir que la primera mirada apenas se hizo de soslayo. Pese a que esto suene enternecedor, para algunos nostálgico, en las comunes y constantes conversaciones pululan las palabras aprendidas, siempre presentes, nunca soltadas, a las que nunca se les ha volteado a ver. 

En otras ocasiones he intentado indagar en los presupuestos metafísicos por los cuales las personas siguen mordiendo el hueso sin carne de las afirmaciones populares, mejor conocidas como los clichés, más importante, según me he percatado, es indagar el sentido anímico del porqué no queremos soltar los prejuicios (para quienes ahora se han aprendido nuevos conceptos, pensando que quizá esa sea la manera genuina de reflexionar, si quieren puedo decirles que intentaré indagar en el fenómeno psicológico de los prejuicios). 

Al diálogo se llega con algún estado de ánimo. Los dialogantes son seres con carácter. ¿Qué tanto influye en una conversación el que se esté enojado o se sea irascible? Supongo que lo mismo el que se sea indiferente a dialogar con las otras personas o se les tenga miedo. Quizá el primer problema sea que es más fácil reconocer las actitudes externas que las propias, algo semejante a lo que se hace cuando se viraliza una errónea actitud; el infierno son los otros. Pero extremar la situación no ayuda, pues no se trata de que yo sea el culpable de que no haya diálogo o que los demás sean quienes quieren cortar todas las lenguas. Hay que ver cómo nos afecta el conversar con alguien en concreto en cada conversación. Hay quienes nos mueven las ideas, su presencia nos ayuda a sacar lo mejor de nosotros; el caso contrario es muy común: un gran dialogante puede, por envidia, enojo o nerviosismo, no saber cómo dialogar con otra persona destacada en la reflexión. Si el carácter puede educarse mediante el diálogo de alguna manera es una cuestión importante a considerar, pero que, dada su tremenda complejidad no puedo tratar en un escrito. Lo que sí puedo decir es que para dialogar debemos ver qué carácter conviene manifestar o acostumbrarse a tener; si uno no tiene carácter, no puede dialogar, pues si las ideas no le emocionan a uno y le causan alegría o enojo, el hombre se habrá graduado como individuo y, por lo tanto, como ser infeliz.

En la escritura aplica lo mismo, si el tono es demasiado personal, parece que el lector poco importa, pues lo importante es usar el blog como diario, como Facebook; si es demasiado sombrío, pocos caracteres podrán entender la oscuridad de la nube; si es demasiado indiferente, se cae en el exceso de escribir cosas que sólo le sirven a los de una secta dentro de otra secta o a no escribir; si es demasiado irascible, eso puede llevar a una crítica en tono extremo o a un entripado ininteligible y cerrado a la discusión. Por todo lo anterior, por los autores que hacemos eso en Los Nombradores Mudos, en este blog no se dialoga. 

Fulladosa

2 comentarios:

  1. Muy saludable tu reflexión en torno a la comodidad intelectual. Es difícil, como has señalado antes aquí y en otros lugares, ver nuestros propios prejuicios, y más aún cuando éstos se hacen costumbres. Uno llega a una casa ajena, ve que todos se quitan los zapatos para entrar al recinto, y por cordialidad lo hacemos también, aunque no sepamos por qué. ¿El análisis debe de ser más fuerte que la cordialidad? En la imagen de Sócrates, ¿en algún momento se permite no cuestionar?
    Entiendo que la amistad, como señala Tácitus, es hábito que se renueva en la palabra, que se constata y se renueva ahí. Pero, como señalas tú, la vida de los hombres se rige, mayormente, por el carácter, el carácter también se hace costumbre inerte en la conversación. Unos llegan con tono doctoral, otros con ánimo servil, otros con alma poco seria o metida en otras preocupaciones.
    En términos de carácter, ¿Se debe ser siempre el mismo con los amigos?

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  2. Como señalo en el texto, no todas las personas nos mueven el alma de la misma manera y por eso no con todas se debe usar el mismo modo de hablar. Creo que el asunto en Sócrates es incompleto si sólo se le ve como alguien que siempre cuestionaba, pues eso lo dejaría como sólo un escéptico; en Sócrates es válido cuestionar, siempre y cuando la finalidad sea buena, justa, bella. En conclusión, se debe siempre pensar cómo se le hace bien a los amigos, reflexionando, dejándolos solos, cuestionándolos con el mayor rigor posible, etc.

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