Presentación

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lunes, 3 de abril de 2017

Amigos en la palabra

Amigos en la palabra
El silencio de los amigos es incómodo cuando se entiende como desprecio. La hipótesis del desprecio es instrumento de la misología. Un modo de la misología es el ruido, el espejo eterno de nuestros logros y desatinos, el elogio que produce la confusión entre lo justo, lo caritativo y el aplauso. ¿Acaso no es necesario para todos distinguir a sus amigos de los amantes? ¿No esa distinción ayuda a que ambos modos de relacionarse salgan ganando? El silencio comparte la verdad cuando introduce el consuelo para el que las palabras no son útiles, como un modo de la presencia, y cuando es posibilidad de exigirse mayor prudencia y de verla en él, sin negar la posibilidad del diálogo amistoso. Si el silencio no es abandono es porque siempre es precedido o seguido de la palabra y la conversación. Las amistades se laceran lo mismo en el elogio continuo que en las habladurías. Se dice que no cuidar el discurso es un modo de lacerar la amistad, siempre y cuando este cuidado no sea omisión, sino elección de las palabras que se requieren para la ocasión.
La amistad posibilita la mejoría de los amigos, pero no se debe esa posibilidad a la desaparición de la soledad. La compañía, se sabe, no basta para entablar una amistad. No es sólo coincidencia de ideales y gustos, aunque esto sea de lo que se alimente. La amistad es buena aunque no sea virtuosa, y las amistades en que la virtud se mira son mejores al resto. La bondad de la amistad, de la que vive el placer por estar con un amigo, consiste acaso en esa característica de que no se realiza precisamente por elección, pero tampoco por necesidad. No es un fin, a pesar de que ella se dé gracias a que ellos existen en la naturaleza de la acción y la elección; tampoco es un medio, aunque a veces no logremos distinguir la amistad de la utilización. Es algo que depende de la acción, evidentemente, pues nadie tiene amigos si no está dispuesto ir “uno junto al otro”. En la práctica habita, pues no tendría caso que sean capaces de ser confidentes si no intentáramos hacerlos partícipes de nuestros juicios, dudas y deseos.

La mejoría de los amigos no aparece sino en cuanto la amistad permite que el fin de la naturaleza se realice. Dirán que, si existen fines naturales, ellos han de cumplirse con o sin compañía. Eso sucede con la muerte, más no precisamente con la buena vida. La muerte no es un fin, sino el final, el destino de todo lo vivo. La felicidad no es así, porque no es trabajo de las facultades nutritivas o sensibles únicamente. Se puede distinguir el placer de la comida o del roce con algo suave de la buena vida. Los amigos mejoran cuando compartir la mesa muestra en la conversación la convivencia de las mejores cosas. Por eso no basta con reunirse para compartir los alimentos, si el pan no es la palabra por la que se examinan e igualan las vidas de los convidados en las pretensiones de lo que nos mejora. Mejorar no es optimizar el tiempo que hay de los medios al fin, sino en realizar el medio para el mejor fin posible. El mejor fin es lo que nos hace realmente felices. Se puede tener todo lo deseado y no mejorar en absoluto, porque el mejoramiento no vive del placer, aunque sea placentero. Se puede juzgar al placer, sin ser maniqueístas. 


Tacitus

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