Ser dialógico
Siempre
se escribe para alguien más. Quizás sólo las notas del cuaderno son para
nosotros, para el lector que en el futuro siente el paso heraclíteo en sus ojos
cuando reconoce los trazos de su pensamiento pretérito. Las notas las hacemos
pensando en que nos han de servir; pocas veces se realizan pensando en que a
otros también les serán de utilidad. Pero incluso las notas se realizan para
experimentar primitivamente el vínculo temporal entre nuestros pensamientos.
¿En quién pensamos cuando anotamos algo? Es un acto de esperanza mínima, no
necesariamente religiosa: esperamos seguir presentes en el futuro al que las
notas puedan servir. Dejamos palabras para nosotros, o para lo que podamos ser
nosotros. Eso nos hace escritores en el sentido más elemental. Pero incluso el
género de las notas tiene capacidad de ser manejado con algo de maestría. No sé
si eso dependa únicamente del talento del escritor, aunque no dudo de su
necesidad. Desde esa privacidad se ordenan los libros publicados, los
discursos, a veces los ensayos y, quizás también, los poemas. Es evidente, por
ello, que la diferencia entre privacidad y publicidad en la escritura tiene
niveles accesibles y otros que dan para la reflexión. Las notas previas a los
grandes libros no son los grandes libros, aunque hayan sido su mapa o sus
coordenadas. Lo que queda para el escritor seguramente es algo que él no
consideró digno de hacerse público.
¿Cuándo
un escritor requiere de la polémica, y cómo es este nombre distinto al diálogo
que todo escritor aspira a establecer con quien pudiera tropezar con su texto?
La polémica indica siempre un intento de pugna. Dirán que ser civilizado es
cerrarse a la disposición a polemizar. Dirán también que la sinceridad es la
mejor arma de todo aquel que intenta defenderse. En ese grado existe una
interpretación de la naturaleza de lo polémico. Sobre todo, existe un sentido
de la ofensa, causa siempre incendiaria de la polémica, que requiere de ánimos
adversos. ¿En el diálogo, a pesar de los ánimos adversos, se polemiza la
verdad? La pregunta es importante en la medida en que la ofensa nos expone como
mentirosos, como equivocados, o como sabios retóricos. No son la misma cosa.
Los retóricos sabios no son necesariamente mentirosos, pero sí pueden ser encubridores.
La interpretación sofística de la retórica afirma que la persuasión proviene de
la capacidad de manipular la opinión general. El acto retórico más profundo
quizá provenga de hacer que la verdad sea algo para lo que cada quien avanza según
su deseo y capacidad.
¿Es
la verdad un asunto polémico por naturaleza? No lo reduzcamos a cuestiones de
dominio, porque la defensa de uno mismo o de la verdad (no son iguales) puede
hacerse polémicamente o dialógicamente. La división que he manejado hasta ahora
no incluye por sí una oposición entre ambos ámbitos. El ámbito de nuestros
pudores lleva incluso a asesinar la crítica. Quizá la tarea más seria de un
escritor sea lograr esa distinción entre la verdad y su ser. Esa es una de las raíces de la exigencia artística de su labor Es una tarea
inacabable porque la verdad es una experiencia de ése su propio ser. No es lo
mismo que ser objetivos. La polémica se inserta como defensa o ataque, esgrima
argumental, que nunca es lógico a la manera de la lógica contemporánea. Un
trabajo importante ha marcado la crisis del desprecio por la palabra. La
escritura ha de saber recuperar la labor dialógica para entrever la posibilidad
o la falsedad de que la voluntad de poder sea el concepto que lidera los
impulsos. Ha de aspirar al autoconocimiento en el trato con el otro, para que
el pensamiento no sea proyección de la oscuridad. No para mejorar su talento, o
para entrar en pugna, sino por el placer de la verdad.
Tacitus
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