Las acciones
humanas no caen en la posibilidad de ser previstas con certeza. Es cierto. Pero
pueden ser previstas. Carecen de la posibilidad de que se realice ciencia sobre
ellas, pero no de que dejen de ser racionales. Su propia racionalidad nos
muestra que la posibilidad de la acción es teorizable. Podemos reconocer los
elementos bajo los que caen todas las acciones. Sin finalidades y sin voluntad
no hay acción. Paradójicamente eso no quiere decir que toda acción sea
necesaria. Más paradójico es que su falta de necesidad no cancela que una
acción pueda verse completa, con principio y fin, que sea causada por algo, que
pueda ser comprendida. Sin comprensión de la acción se vuelve imposible
entender los límites de la acción humana. Aunque la acción tenga un elemento
irracional, la acción no es irracional, ni lo irracional de la acción es
incomprensible para el juez de la misma. El problema de la ciencia política no
se reduce a los problemas de la acción, pero ese es el primer problema que debe
comprenderse.
Los hombres, en
sus relaciones cotidianas, no mantienen los mismos fines ni los deseos por
ellos; cambian fines y deseos sin necesidad, pues cambian tanto por alguna
decisión como por circunstancias que ellos mismos no deciden, pero sí deciden
qué hacer ante determinada circunstancia. Pero los fines individuales se subsumen
ante el fin de la comunidad; los fines estrictamente individuales no existen,
pero hay fines que destacan porque afectan directamente a toda una comunidad.
¿La finalidad es comprendida por todos? En caso de ser oscura para la mayoría,
inclusive para quienes toman las decisiones que pretenden fincar dicha
finalidad, ¿se puede hablar de comunidad o se cae en una diversificación de
grupos sin mayor unidad que la territorial? Sin lo común la posibilidad de la
vida política se dificulta. Pero volviendo común la finalidad tampoco se
garantiza la vida política, pues la finalidad puede ser injusta o propiciar la
injusticia y eso la vuelve dañina, destructiva, al régimen. En este punto se
puede discutir lo bueno y malo para un régimen, lo justo y lo injusto, la
virtud y el vicio; los extremos que enmarcan la reflexión sobre la política. La
buena finalidad de la comunidad debe dar cuenta del hombre, permitir y, quizá,
propiciar su felicidad. El mejor régimen es aquel que propicia la virtud, la
justicia, lo bueno. Sin régimen o su posibilidad es inexistente la ciencia
política o la filosofía política.
La reflexión
sobre las acciones humanas en comunidad parte de una experiencia política
previa y su comprensión. No hay reflexión política sin política; la teoría no
antecede a la práctica; comprender la dialéctica, la mutua dependencia, entre la
reflexión de la práctica y la práctica misma es indispensable para entender la
filosofía política. No hay posibilidad de la ciencia política sin las
posibilidades de lo que mueve a actuar al hombre y qué requiere para que pueda
alcanzar la virtud. El poeta entiende, mejor que nadie, los distintos caminos
que puede tomar el hombre. Pero la causa de que así lo haga, sus medios o
posibilidades, y cuál es la finalidad que lo guía, eso depende de quién conozca
la verdad del actuar humano.
Fulladosa
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