Fatuidad y verdad
El
conocimiento de la naturaleza no se obtiene de la observación. Se obtiene sólo
el conocimiento de las cosas naturales. Se sabe, por ejemplo, que todo lo vivo
muere, sin necesidad de comprobar esa oración como los escépticos más
superficiales lo querrían: agrupando el infinito. El lenguaje no es así. La
experiencia de la verdad, que no se da sin él, tampoco. Por eso los
sistemáticos positivistas son malos pensadores. Las evidencias en torno a lo
vivo son un conocimiento limitado del alma. La experiencia de la verdad es
lacónica: de la muerte no se sabe más que su ocurrencia, porque no existe
experiencia de ella; la vida es algo que se ve en otros y en nosotros, pero eso
no es suficiente para conocer lo que el ser vivo es, más allá de las
diferencias evidentes entre individuos y especies. Por eso las definiciones son
posibles. La ciencia requiere de lo universal para llamarse así. Las
demostraciones matemáticas son infalibles por lo mismo. Los argumentos sobre el
movimiento y de la causalidad en el mundo no requieren de pruebas múltiples
para corroborarse.
El
hombre es el único ser natural en el que la causalidad parece complicarse. Sus
acciones no pueden ser objeto de teoría, porque no hay manera de establecer
necesidad en ellas. Su ser político, que indica naturalidad, no es ajeno a ser
explicado en términos de causalidad, pues su actuar es racional: toda empresa
suya se explica en función de un bien que se desea. Nada en la naturaleza se
conoce en el ámbito de la práctica además de la acción humana. Conocemos la
acción de otros sólo hasta que la vemos, a pesar de poder imaginarlas, como
hacen los poetas. Conocemos, como en el caso de lo natural, a media luz: su actuar
no siempre revela la intención entera, el ser del hombre. No sirve de nada
ahondar en la conexión entre su cerebro, sus músculos, su proceso digestivo y
el movimiento de la sangre: la acción no pertenece al conocimiento de la
materia. El conocimiento que tenemos de la acción viene tanto de lo observado
en otros como en nosotros: sabemos de nuestros deseos de manera parcial
también. La literatura, por ejemplo, ofrece conocimiento de la acción del otro
en el juicio que hacemos de ella, que es un juicio que involucra nuestro propio
ser.
El
ser político del hombre se expresa en la acción, pero no en sentido individual.
Su ser político no puede explicarse si no es en relación con su lugar en una
comunidad o fuera de ella. Las injusticias y la depravación no lo hacen menos
político. Podría pensarse fácilmente que la ciencia o el conocimiento de la
política depende de qué tan predecible se vuelva la acción de los demás. Pero
la práctica es el campo de la acción en tanto que se distingue de la causalidad
de otros seres. No es un conocimiento analítico, o un conocimiento de
principios en torno a las razones de cada acción en cada individuo. El
conocimiento de la acción es limitado si no se sabe de ética y política. El
conocimiento de la política, en tanto distinción del hombre, está en la
pregunta sobre el mejor modo de vida, mejor ubicada en la constante fricción
entre las comunidades como son y el mejor modo posible de ser. Se creería, por
ello, que la confrontación con la sapiencia moderna que, según se dice, se basa
en la cuestión técnica del dominio, que tiene que hablar del hombre como es (de
ahí el conocimiento de la naturaleza), se reduce fácilmente al problema del
bien en la acción humana y al problema de la retórica en él. Pero, ¿qué sucede
si esta misma idea, la de la fricción entre la pregunta por el mejor modo de
comunidad y las acciones recurrentes iluminan no sólo la pregunta por la virtud
en la política, sino también la idea de que la naturaleza está en lo que se
puede dominar? El conocimiento de la política permanece como un problema agudo,
si pensamos que la idea más común del político está ligada con la posibilidad
de prevenir, prever, domeñar la tempestad para acertar. ¿No esa definición
superficial del conocimiento de lo político nos ha sido enseñada gracias a que
entendemos del bien en un sentido meramente pragmático? ¿Puede el pragmatismo
ser una losa constante sobre la reflexión de lo político y de lo ético, en cada
acción que tomamos, en cada palabra que decimos, en cada pensamiento que nos
ilumina en sombras?
La
ciencia política no requiere de demostraciones posteriores para externar la verdad.
Quien entiende de política distingue cada régimen en función de sus hombres,
sus leyes, pero ese entendimiento no sería posible si cada habitante fuera un
átomo, si la ley careciera de sentido en común. El conocimiento de los tipos de
regímenes se obtiene de la manera en que se organiza el hombre, porque en eso
consiste, en gran parte, su ser político. Pero ese conocimiento no se usa como
regla: entender la democracia va más allá de pensar en el poder aglomerado;
entender la aristocracia va más allá de entender las cualidades “superiores” de
los que mandan. De ahí surgen casi todos los malentendidos actuales. Por eso
podemos observar nuestra ignorancia para pensar algo que no nos es lejano, sino
que se articula en palabras, instrumentos propios del género humano. Se cree
que el racionalismo es idealismo cuando no entendemos que el bien es fundamento
de lo real, no imposición de la razón misma. Por eso los científicos de la
política se confunden fácilmente con los críticos de los políticos.
Tacitus
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