Realizar con
éxito cualquier actividad, por más dificultad que pueda representar, nos
dispone a comenzar a conocer nuestras posibilidades, a ver lo que podemos
alcanzar, a configurar los límites de nuestro poder. Aquí hay que ser
cuidadosos al pensar en la actividad, porque fácilmente la confundimos con lo
concreto, lo que aparece ante nuestros ojos, aquello que tocamos, que
moldeamos. Visto así, dónde encontremos lo característico de la actividad, si
en lo concreto o en lo que no es concreto, que algunos llaman ideal, va a fijar
nuestra posición con respecto al poder. Problema nada sencillo de resolver,
pues donde algunos ven que todo es posible, otros consideran que nada lo es;
mucho más difícil es ubicarse entre ambos extremos, aunque esa parezca ser la
manera adecuada de pensar el asunto. Aunque actualmente creemos que de la idea
se puede llegar a lo concreto; hay que pensar con mucho cuidado y ahínco,
piensan algunos, las mejores metodologías educativas para que todas las
personas puedan especializarse; la especialización deviene necesariamente en
éxito laboral y esto es igual a la felicidad; los que nada pueden son los
tontos y los flojos (que es una especie de precariedad intelectual). Quien es
más inteligente, más cosas puede hacer. La inteligencia transforma el mundo.
El límite al
poder humano, se percató de ello muy bien Joseph Ratzinger (La bendición de la Navidad), se encuentra en la
enfermedad. Ante determinadas enfermedades nada podemos hacer. Podemos ser
sumamente cuidadosos para no enfermarnos, alimentarnos sanamente y hacer
ejercicio, pero algo dentro de nosotros, quizá desconocido o conocido por
haberlo visto en algún familiar, puede estarse gestando y limitar nuestro
poder. Una simple gripa, tan común en ciertas épocas, nos obliga a no salir de
casa a determinadas horas a hacer cualquier actividad; el propio pensamiento se
vuelve más perezoso, no se mueve con la misma velocidad, no nos lleva a las
mismas veredas. Por eso, Ratzinger ve que la enfermedad no tiene que ser algo
que nos cause tristeza, pues sólo al despoderarnos, al no imponer nuestra
voluntad ante nuestra circunstancia, podemos comenzar a convivir con el Padre.
La idea de la
conquista del mundo, que heredamos sin darnos cuenta, muestra su falsedad
cuando vemos que no podemos conquistarlo todo. El hombre no puede conquistar la
propia naturaleza humana. Los entusiastas en el poder humano confían en que
algún día la conquista total del mundo deje de ser la promesa eterna. El poder
puede ser una ilusión.
Fulladosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario