Presentación

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lunes, 24 de julio de 2017

La vida marina

La vida marina
A más de uno de nosotros le dará por creer que un poeta parece divino, ser híbrido cuya lengua parece extraña a pesar de ser la misma. Nos gusta pensar que los elementos relacionados con él apuntan a una luz, una claridad misteriosa de sus propios sentimientos, música en sus palabras que estallan y duermen en nuestra propia sangre. Pocos creen, de primera vista, que la hipótesis de lo divino acompaña es hija del establo de la fama, de la palabra rozada, trastocada, manoseada con el blasón del elogio, nunca leída, entendida o escuchada. Si algo nos resulta difícil comprender es el desconcierto de ese mito que compartimos llamado el poeta, que es mito de la poesía, oculta entre la cursilería, la solemnidad y la aristocracia.
Alfonso Reyes llama Desconcierto del poeta al encuentro un tanto irrisorio del poeta, ser marino, con la tierra y la multitud. ¿Cómo no ver en ese choque la constante seducción del pensamiento romántico entre la poesía como imaginación creativa, como profundidad de la palabra y el mundo terrenal, insufrible para él por dar aire para unos pulmones que se atragantan con él? El surgimiento del poeta viene de abajo; no realiza un descenso, sino, valga la repetición, un surgimiento. No es un ángel, no es un iluminado, no un tocado por el rayo. Es un surgido de sus mares y, antes de eso, una criatura marina, que intenta nadar en el espacio y no puede, porque el aire no es su elemento natural. Este surgimiento no sólo demuestra que no puede andar en el aire, sino que surge todavía ciego por una fosforescencia en los ojos. La palabra es exacta: lo fosforescente no es luminoso, ni brillante. De hecho, lo fosforescente no permite ver al hombre común. La fosforescencia, por ello, lo ciega: como si la luz que requería en las aguas estuviera apagándose. Surge atónito como un pez que tiene que renunciar al agua.
¿Cuáles son esos mares de los que surge, y por qué escoge Reyes hacer del poeta una criatura marina? La actividad poética, el ser del poeta debe ser entendido a raíz de esa elección Alfonsina, que también parece una reminiscencia del surgimiento de Venus. La diosa, no obstante, no sufre un desconcierto tal por el encuentro entre dos elementos distintos. Parece aquí que todo el ser del poeta está hecho principalmente para la vida en sus mares, pues no soporta la presencia de la multitud y las coronas de laurel. Sus mares lo dejan entender, nadar en lo profundo; las guirnaldas de la multitud que lo ensordece se vuelven cadenas, como si el premio, la elevación estuvieran hechas de una esclavitud en la fama por la que es mejor volver a la libertad marina. La imagen, que dispendia belleza, enseña cómo la apoteosis de los hombres por medio de la palabra es lo más amargo para quien intenta entender; la guirnalda, corona de los vencedores y los grandes, se convierte para él en cadenas que ya nada dejan entender. No surgió de sus mares el poeta desconcertado para ser premiado: lo que para otros es imagen de la libertad en el reconocimiento, es esclavitud severa en la falta de claridad que genera el amor propio. El brillo del poeta es marino, fosforescente como el de sus ojos.

La sirena, ese ser terrible nacido para extraviar, burlado sólo por la audacia, es puesto aquí en feliz amorío con este ser marino. Lo que para unos es canto que extravía, imagen de la seducción, aquí aparece como una casta unión entre criaturas semejantes. El poeta pide a su mujer regresar a esas grutas color de ámbar y al mar color de vino para no ser visto, al tiempo que desea que se le arranquen esas coronas que son ya trenzas, adornos para domeñar el cabello que hieren la cabeza con su impertinencia, que sirven a la vanidad, pero no a la comodidad de la parte en que se asienta el pensamiento. La vuelta a esas grutas y al mar parece una huida de los hombres de la multitud, pero no es una huida del mundo entero. ¿Es ese final, que encierra el desconcierto entero del poeta, una enseñanza de lo vano del mundo de los terrenos, o una invitación a seguir a ese ser en su huida? Parece una pregunta vana que no entiende el poema sobre el desconcierto, pero se puede sopesar mejor si uno comienza a desear ese lugar al que quiere huir. No tornemos el desconcierto en la romántica decepción. El surgimiento del poeta acaba en un regreso que nos hace desear ese mar en que al amanecer burbujea el pez, para entender ese deseo violento de arrancarse la trenza de laurel y dejarle entre la arena, antes volver. Ese deseo permite ver que la seducción es la del mundo, no la del poeta enamorado de la sirena, que desea entender en medio del abismo profundo que es el mar.


Tacitus 

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