Presentación

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domingo, 23 de julio de 2017

Poeta en el mundo moderno



Pobre vida la de quien se niega a ver que la poesía redescubre el mundo. Quien ve en su lectura horas desaprovechadas en un corto espacio, de encarcelamiento voluntario; o, más tristemente, empalagosas palabras que hacen pasar un rato agradable. La poesía no sólo nos muestra un mundo en su esplendor, miseria y mesura, nos hace comprender ese nuestro mundo, nuestro mundo, y arrojarnos luces para entender nuestra relación con él. Pero no sólo nos acota a lo finito, mutable o imperecedero, podemos dirigirnos a lo eterno con la inmortalidad del Verbo.

El poeta, ese ser casi humano, casi divino, es central en el redescubrimiento de la belleza. Alfonso Reyes descubre y describe su desconcierto en ámbitos variados. Su nacimiento, semejante al de Afrodita por su belleza, pero distinto porque nace enredado de sensaciones e ideas, sorprendido, espantado y maravillado. ¿Nace el poeta siendo poeta desde el vientre o nace cuando saborea el resonante tamborileo de sus palabras? Sólo sabemos que cuando nace, no comprende exactamente lo que ve, pues su mirada es diferente; lo que mira es lo mismo, pero sabe que se puede comprender diferente a como los demás estamos acostumbrados a verlo.

Parece que vive en otro mundo, uno que nos es ajeno, en el que no podemos vivir los demás, pero que sí podemos contemplar y ver su inmensidad. El mar, de manera clara, une todo lo que toca, hasta lo más profundo. Así es la belleza poética, unitaria, entrelazada, algo clara, y muy profunda una vez que la entendemos. El poeta no se siente nada bien alejado de ella, en un mundo desunido, limitado, que oculta por tantas construcciones humanas; el poeta no puede ser entendido en ese mundo tecnificado; el hombre al hacerse se oculta.  

Pese a la tecnificación, algo bueno (dentro del límite de quien no entiende la gravedad del sustantivo) ve la gente en el poeta y hablan de su producción como si la entendieran. Peor aún, lo aplauden, le rinden pleitesía con sus palabras cargadas de veneno; le hacen creer que su poesía es la simplificación a la que todos la llevan y hacen que el poeta dude, no entienda su poesía, no vea la belleza, no pueda asir ni un ápice de la grandeza de las palabras, en la que anteriormente nadaba.

Con un ser semejante a él, ¿la fantasía que lo aleja de la fealdad del mundo y el hueco aplauso? O ¿el amor que, con su poderoso impulso, lo ayuda a enfrentar tal fealdad?, toma rumbo nuevamente a donde fue feliz, a ese mundo tan lleno de vida, que le dará un nuevo renacer. Ha visto la oscuridad del mundo, le ha dolido vivir en el, finalmente ha reafirmado que todavía queda una luz en el mundo.

Desconcierto del poeta 

ATÓNITO, el poeta surgió desde sus mares,
enredado de algas;
mas la fosforescencia que traía en los ojos
no lo dejaba ver.

Hecho a su reino acuático,
el aire le agrumaba la garganta,
y quería nadar por el espacio,
dando sólo traspiés.

Lo rodeó la multitud a gritos,
y creyó ensordecer.
Lo coronaron de guirnaldas ásperas,
y creyó que le echaban cadenas de laurel,
cadenas en las sienes, las peores cadenas,
que ya nada dejan entender.

Y dijo a la Sirena:
-Huyamos prontamente a donde no nos vean
(la Sirena era su mujer);
tornemos a las grutas de ámbar cristalino
y al mar color de vino
que se solaza en los amaneceres
cuando, a la frescura, burbuja el pez
“y arráncame estas trenzas de laureles
que me arañan la piel”.

Alfonso Reyes

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