En este mundo tan chico
lo grande se hace pequeño.
Es nuestro más grande sueño
que el pobre se vuelva rico,
porque el pobre es nuestro hijo.
Mas la riqueza no alcanza
para inclinar la balanza
al que soñó con dinero,
sigue siendo un pordiosero
con una mayor cobranza.
El pobre ni se imagina
teniendo todo a la mano,
se imagina tan enano
que se hinca cuando camina.
Cuando el camino termina
se remoja las rodillas
y sus plantas sin cosquillas.
Con tan poco se consuela:
con una ligera suela
de piel dura y amarilla.
No necesita más nada
para inspirar al poeta
que una vieja bicicleta
de una pequeña rodada
llevando a su enamorada
por la oscura carretera.
Le basta que ella lo quiera
para verse millonario,
cree que se hace rico a diario.
Es un hombre de primera.
No se fija en pequeñeces
como el estilo y la pompa,
por eso nada se compra.
No busca impresionar jueces,
solamente algunas veces
busca lo que le interesa,
lo que trae en su cabeza:
un amor, una comida,
un dolor, una bebida,
que se juntan cuando reza.
No canta, tampoco ora.
Su corazón de guitarra,
más que cantar se desgarra,
se deshace, sufre y llora
como una vieja señora.
Su boca de candelabro
se desangra en un macabro
brote de peste maligna,
se vuelve una fuente indigna
de conocimiento magro.
El dolor es su tesoro.
Más valioso que la vida,
que una mansión en Florida,
que unas mancuernas de oro,
es su virtual deterioro.
Más maltrecho: más valioso;
más esfuerzo: más honroso.
Agradece ser muy bajo.
Rechaza cualquier atajo.
Prefiere el puesto del mozo.
No ha buscado ir a París,
ni a Nueva York, ni a Barbados;
acaso iría a Leningrado
donde la economía es gris.
Pinta su avión con un gis.
No sabe que al comunismo
se le terminó el bautismo
y ya no hay donde llegar
en este mundo global
en que todos son lo mismo.
Arriesgado, vive al día
sin seguimiento y sin fecha.
Sigue su vida deshecha
con un hambre de alegría
saciada por la agonía
de no tener un centavo.
Tomó gusto a ser esclavo,
pensando que es mejor
ser esclavo que patrón,
por eso se cree muy bravo.
No sabe qué es lo que es,
si es un hombre bueno o malo.
Sin saber tiene el regalo
de saber por tener fe:
el regalo de creer.
Ese obsequio es suficiente
para alivianar su mente
de los múltiples errores
como los cuatro anteriores.
El creer lo vuelve fuerte.
Y en este mundo pequeño
vivimos en un engaño
pues por mirar el tamaño
nos olvidamos del sueño
de ser nuestro propio dueño.
El mundo es esa sorpresa
que con valor y destreza,
con sentimiento y razón
y algo de dedicación
hacemos en la cabeza.
Glauco
No hay comentarios:
Publicar un comentario