Presentación

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martes, 13 de octubre de 2015

Gaia y Pandora.

La mujer. Ser petrificado en cualquier espacio y en cualquier época. Ya sea que ésta sólo muestre los ojos cubriendo en velo el resto de su estampa, o que se le pueda encontrar serena caminando sobre silicio, cubierta únicamente la espalda con el largo de su cabello danzante por el viento; sea desnuda o cubierta. Mujer en todos los casos.
En ella no hay dominio de absolutamente nada, penosa condición de no poder mandar ni si quiera sobre su cuerpo mismo, es ella prisionera y a la vez expresión total de la naturaleza, de la vida que siempre tiende a mantenerse, a perpetuar. Puesto que puede generar en sus entrañas el misterio más grande, la vida, se le ha condenado a ser relacionada con lo divino, con la ternura y los valores, con esa dulzura que es consuelo cuando en el mundo de hombres es demasiado árido y es ella la humedad fortificante.
Mas es curiosa la manera en la que la mujer tiene ante el mundo dos caras: la primera ya fue mencionada; en la segunda ella es vista como un ser codicioso y frío, causante de las infortunas de los hombres, burlona, hipócrita y asquerosa. Es ella el mal, la desventura, aprovechada de su tosca naturaleza vulgar y llamativa para simplemente y sin razón alguna descontrolar al hombre quien vive tranquilo en la rutinaria sequía, es la mujer el caos y la crueldad del incendio.
Ante esto la mujer se petrifica, se queda inmóvil en el punto medio entre las dos opciones de mujer que se le han dado, para después oscilar de un lado a otro, esperando el momento en el que de una u otra manera (normalmente encontrando un hombre) se pueda acurrucar en un lecho estable para que el mundo la pierda de vista y nunca más la moleste, sin importar si éste es confortable para ella o si tiene que compartir dicho lecho sin la capacidad de dirigirse a otro. Es así para la mayoría de ellas.

Vive así, enmarcada en su utilidad.

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