Presentación

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miércoles, 4 de noviembre de 2015

Desengaño histriónico

Preámbulo:
Quiero dar las buenas noches a todo el amable público que hoy nos acompaña. Y antes de comenzar el espectáculo, quisiera preguntar: ¿Hay algún actor en la sala esta noche? No, no se preocupen, no se trata de una emergencia, es sólo curiosidad. Y es que nuestro relato de hoy trata justamente de un actor; es para ustedes y esperamos sinceramente que lo disfruten...

Desengaño histriónico

¿Qué sucede, no te encuentras bien? Te ves agobiado, cansado. Tal vez sientes que finalmente te está venciendo el trajinar de esta vida. Es la soledad lo que te molesta, ¿cuántos amigos tienes? ¿Cuántos amigos realmente tienes? No seguidores, no… Que al cabo, de ésos también te faltan. Ah la vida fastidiosa de un oficinista, ¿en qué estabas pensando cuando decidiste embarcarte en la “aventura” de representar a un oficinista?

Entre el desorden de tu reducido apartamento en la colonia Doctores, te pasas el día lidiando con papeleos. Pues sí, la pequeña sala de tu apartamento viene a ser tu cubículo desteñido y amontonado. Guiones… bueno, un guión —y acaso unos dos o tres más en donde podrías encontrar la esperanza de un nuevo proyecto; menos triste, menos tedioso— un par de manuales de teatro, es decir, de “realización escénica”, y, sobre todo, un montón de cuentas, de facturas y recibos. Tanto gasto para una miserable obra tan aburrida. ¿Y  cuánta gente viene a verla? ¿Quién podría interesarse en venir a ver en una sala de teatro aquello que ven todos los días, una y otra vez? ¿Para qué hablarles de su propia vida a todas estas personas ordinarias y sin chiste? ¡Qué bien que ya no se acostumbra eso de arrojar tomates podridos al escenario! Si no, de puros tomatazos te harían volver a ser como un recién nacido: tumbado en posición fetal, todo remojado en una sustancia carmesí… y llorando, seguramente llorando.

Ah sí, ¡querías mostrarles el sinsentido de su propia vida! Hacerles notar claramente a qué extremos los había venido a tirar el estúpido sistema en que viven. ¿Quién te metió esa idea en la cabeza? Fue en la escuela ¿no? Entre los grupos de muchachos desordenados que se reunían para tratar de sentirse libres, diferentes, dinámicos y entregados a sus ideas. ¿No eran todas esas cosas las que te atraían desde antes de pensar en hacer “crítica social”? Liberarte de lo que fuera que te atase: familia, sociedad, estado, moral. Eran como la punta de lanza, ¿no?, el modo más refinado de lo que todo hombre contemporáneo debía creer. Son los remanentes de todo eso los que te llevaron de pronto a querer hacer una obra de teatro independiente, en lugar de irte a poner la correa de las grandes televisoras, que son, a fin de cuentas, dueñas también del “Gran Teatro” de este país —si es que tal cosa existe—.

Y en tu intento terminaste por absorber  el sinsentido de esa vida. Un oficinista, no eres otra cosa, una más de las obreras del panal. Pues aunque tu oficinismo iba a ser simplemente parte de un juego —el juego del teatro— resulta que tú sales del juego para vivir la misma realidad. Y es que eso de encargarte tú mismo del asunto administrativo del proyecto te vino a dejar en la pura ruina. No es divertido el juego si éste se paga con horas y horas de papeleos, cuentas, riñas telefónicas en torno a aquella cosa que sólo es grata de gastar, no de ganar ni de cuidar: el dinero. Pero en este mundo las obras de teatro también dependen del dinero. ¡Cómo has batallado para evitar que esta obra se cancele como el fracaso de taquilla que fue desde el comienzo! ¿Y para qué? Ni siquiera te gusta hacer cada noche la misma representación de esos diálogos secos y completamente olvidables, sin ningún matiz posible de verdadera emoción. No hay frases memorables, no hay impactos inesperados.

Hace tiempo que mandaste por un tubo a los revolucionarios, ya no te convencen sus ideas. Al fin y al cabo, cuando estabas con ellos nunca te pusiste a pensar con seriedad en tales ideas, pero estabas ansioso por sentir que participabas en algo. Y sí, de aquellos días es de donde provienen esas ganas de hacer algo por traer el cambio y ese interés por tener una actitud crítica, ahora sí, seriamente crítica. ¿Pero qué cambio se puede traer? ¿Y cómo es criticar seriamente? Eso ya no hubo tiempo de pensarlo. Es que cuando eres expulsado al mundo laboral no puedes quedarte quieto, ni siquiera el tiempo necesario para pensar en serio las cosas, pues si te tomaras ese tiempo podrías pasar de ser nadie a ser nada. Y entonces quisiste ser astuto y no dejarte alcanzar así nomás por el fracaso. Y así saltaste como un ñu que se retira justo a tiempo para no ser presa del cocodrilo. Conseguiste algo de financiación. Encontraste un lugar sorprendentemente disponible. Recibiste inesperada ayuda para preparar un guión teatral rápidamente y emprendiste tu camino. ¿Y ahora qué?

Ahora existen momentos en que no tienes ganas de saber nada de escenarios. Y por supuesto que no tienes ganas de saber cuántos boletos quedaron sin venderse esta noche. ¿Será tu destino morir en el olvido? Bueno, en el olvido de quienes hayan llegado a conocerte, y en la ignorancia de todos los demás. No podrías ser como una estrella que se extingue. Y de cualquier modo, ¿a quién le importan realmente las estrellas que se extinguen en la oscura soledad del espacio, en medio de todo ese frío? Aunque reconozco que resulta algo triste pensar en que muchas de las estrellas que vemos en el firmamento probablemente murieron hace ya mucho tiempo, si bien su luz todavía llega a nuestra vista, retrasada por la distancia. Es como ver viejos programas de televisión. ¿Recuerdas cómo al salir de tu infancia, cuando no te perdías los shows de televisión que hoy llevan años de haber sido cancelados, deseabas apasionadamente ser estrella? Admítelo, era eso lo que te interesaba realmente de la actuación. Nada de esas tonterías del “amor al arte” y de “ser siempre original” que te pasas promocionando y alardeando en Facebook, ésa es sólo una estrategia de venta, un truco publicitario, es tu modo de construir y cuidar tu propia imagen —¿y no es tu imagen algo tan engorroso como el dinero?—. No, tú mirabas el firmamento del espectáculo y querías llegar a estar ahí, codearte con esas personas, saber que si algo te pasaba habría miles de ojos preocupados por ello. Ojos sin mente, sombras indistintas, abrazos fríos. Las luces de la ciudad eran el reflejo del firmamento, las estrellas eran las ventanitas iluminadas de los rascacielos lujosos y su belleza era el mayor espectáculo. Tú tenías que estar ahí; ser parte de esa imitación, de ese conjunto de estrellitas fusibles en el panorama nocturno artificial donde los hombres expresan su deseo de ser siempre más altos que los demás.

Pero esta noche, en la soledad de tu modesto apartamento y con el extraño sentimiento que te inunda desde hace rato, no te toca pensar en el espectáculo, esta noche te toca llenar papeles.


L. Pulpdam

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