Preámbulo:
Quiero dar las buenas noches a todo el amable
público que hoy nos acompaña. Y antes de comenzar el espectáculo, quisiera
preguntar: ¿Hay algún actor en la sala esta noche? No, no se preocupen, no se
trata de una emergencia, es sólo curiosidad. Y es que nuestro relato de hoy
trata justamente de un actor; es para ustedes y esperamos sinceramente que lo
disfruten...
Desengaño histriónico
¿Qué
sucede, no te encuentras bien? Te ves agobiado, cansado. Tal vez sientes que
finalmente te está venciendo el trajinar de esta vida. Es la soledad lo que te
molesta, ¿cuántos amigos tienes? ¿Cuántos amigos realmente tienes? No seguidores,
no… Que al cabo, de ésos también te faltan. Ah la vida fastidiosa de un
oficinista, ¿en qué estabas pensando cuando decidiste embarcarte en la
“aventura” de representar a un oficinista?
Entre
el desorden de tu reducido apartamento en la colonia Doctores, te pasas el día
lidiando con papeleos. Pues sí, la pequeña sala de tu apartamento viene a ser tu
cubículo desteñido y amontonado. Guiones… bueno, un guión —y acaso unos dos o
tres más en donde podrías encontrar la esperanza de un nuevo proyecto; menos triste,
menos tedioso— un par de manuales de teatro, es decir, de “realización
escénica”, y, sobre todo, un montón de cuentas, de facturas y recibos. Tanto
gasto para una miserable obra tan aburrida. ¿Y
cuánta gente viene a verla? ¿Quién podría interesarse en venir a ver en
una sala de teatro aquello que ven todos los días, una y otra vez? ¿Para qué
hablarles de su propia vida a todas estas personas ordinarias y sin chiste?
¡Qué bien que ya no se acostumbra eso de arrojar tomates podridos al escenario!
Si no, de puros tomatazos te harían volver a ser como un recién nacido: tumbado
en posición fetal, todo remojado en una sustancia carmesí… y llorando,
seguramente llorando.
Ah
sí, ¡querías mostrarles el sinsentido de su propia vida! Hacerles notar
claramente a qué extremos los había venido a tirar el estúpido sistema en que
viven. ¿Quién te metió esa idea en la cabeza? Fue en la escuela ¿no? Entre los
grupos de muchachos desordenados que se reunían para tratar de sentirse libres,
diferentes, dinámicos y entregados a sus ideas. ¿No eran todas esas cosas las
que te atraían desde antes de pensar en hacer “crítica social”? Liberarte de lo
que fuera que te atase: familia, sociedad, estado, moral. Eran como la punta de
lanza, ¿no?, el modo más refinado de lo que todo hombre contemporáneo debía
creer. Son los remanentes de todo eso los que te llevaron de pronto a querer
hacer una obra de teatro independiente, en lugar de irte a poner la correa de
las grandes televisoras, que son, a fin de cuentas, dueñas también del “Gran
Teatro” de este país —si es que tal cosa existe—.
Y en
tu intento terminaste por absorber el
sinsentido de esa vida. Un oficinista, no eres otra cosa, una más de las
obreras del panal. Pues aunque tu oficinismo iba a ser simplemente parte de un
juego —el juego del teatro— resulta que tú sales del juego para vivir la misma
realidad. Y es que eso de encargarte tú mismo del asunto administrativo del
proyecto te vino a dejar en la pura ruina. No es divertido el juego si éste se
paga con horas y horas de papeleos, cuentas, riñas telefónicas en torno a
aquella cosa que sólo es grata de gastar, no de ganar ni de cuidar: el dinero.
Pero en este mundo las obras de teatro también dependen del dinero. ¡Cómo has
batallado para evitar que esta obra se cancele como el fracaso de taquilla que
fue desde el comienzo! ¿Y para qué? Ni siquiera te gusta hacer cada noche la
misma representación de esos diálogos secos y completamente olvidables, sin
ningún matiz posible de verdadera emoción. No hay frases memorables, no hay
impactos inesperados.
Hace
tiempo que mandaste por un tubo a los revolucionarios, ya no te convencen sus
ideas. Al fin y al cabo, cuando estabas con ellos nunca te pusiste a pensar con
seriedad en tales ideas, pero estabas ansioso por sentir que participabas en
algo. Y sí, de aquellos días es de donde provienen esas ganas de hacer algo por
traer el cambio y ese interés por tener una actitud crítica, ahora sí,
seriamente crítica. ¿Pero qué cambio se puede traer? ¿Y cómo es criticar
seriamente? Eso ya no hubo tiempo de pensarlo. Es que cuando eres expulsado al
mundo laboral no puedes quedarte quieto, ni siquiera el tiempo necesario para
pensar en serio las cosas, pues si te tomaras ese tiempo podrías pasar de ser
nadie a ser nada. Y entonces quisiste ser astuto y no dejarte alcanzar así
nomás por el fracaso. Y así saltaste como un ñu que se retira justo a tiempo
para no ser presa del cocodrilo. Conseguiste algo de financiación. Encontraste
un lugar sorprendentemente disponible. Recibiste inesperada ayuda para preparar
un guión teatral rápidamente y emprendiste tu camino. ¿Y ahora qué?
Ahora
existen momentos en que no tienes ganas de saber nada de escenarios. Y por
supuesto que no tienes ganas de saber cuántos boletos quedaron sin venderse
esta noche. ¿Será tu destino morir en el olvido? Bueno, en el olvido de quienes
hayan llegado a conocerte, y en la ignorancia de todos los demás. No podrías
ser como una estrella que se extingue. Y de cualquier modo, ¿a quién le
importan realmente las estrellas que se extinguen en la oscura soledad del
espacio, en medio de todo ese frío? Aunque reconozco que resulta algo triste
pensar en que muchas de las estrellas que vemos en el firmamento probablemente
murieron hace ya mucho tiempo, si bien su luz todavía llega a nuestra vista,
retrasada por la distancia. Es como ver viejos programas de televisión.
¿Recuerdas cómo al salir de tu infancia, cuando no te perdías los shows de televisión que hoy llevan años
de haber sido cancelados, deseabas apasionadamente ser estrella? Admítelo, era
eso lo que te interesaba realmente de la actuación. Nada de esas tonterías del
“amor al arte” y de “ser siempre original” que te pasas promocionando y
alardeando en Facebook, ésa es sólo
una estrategia de venta, un truco publicitario, es tu modo de construir y
cuidar tu propia imagen —¿y no es tu imagen algo tan engorroso como el dinero?—.
No, tú mirabas el firmamento del espectáculo y querías llegar a estar ahí,
codearte con esas personas, saber que si algo te pasaba habría miles de ojos
preocupados por ello. Ojos sin mente, sombras indistintas, abrazos fríos. Las
luces de la ciudad eran el reflejo del firmamento, las estrellas eran las
ventanitas iluminadas de los rascacielos lujosos y su belleza era el mayor
espectáculo. Tú tenías que estar ahí; ser parte de esa imitación, de ese
conjunto de estrellitas fusibles en el panorama nocturno artificial donde los
hombres expresan su deseo de ser siempre más altos que los demás.
Pero
esta noche, en la soledad de tu modesto apartamento y con el extraño sentimiento
que te inunda desde hace rato, no te toca pensar en el espectáculo, esta noche
te toca llenar papeles.
L. Pulpdam
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