Son
múltiples los escenarios que la naturaleza ofrece y, de los que se ha sido
testigo, tal es el caso de la puesta del sol, de un frío y nublado amanecer o
de una tarde lluviosa. La contemplación de tales panoramas quizá no es lo
primordial en las personas. Pues entre tantas tareas y ocupaciones por cumplir,
el permitirse este tiempo para apreciarlos no es posible o simplemente no es
necesario. O de igual manera, al suponer que no se obtendrá algún beneficio es
inútil invertir tiempo en dicha actividad. Siendo así que se le considere como
un distractor o una acción absurda.
Pero
¿qué sucede cuando se dice que “el día está o se ve triste” o cuando se asocia
esta semejanza entre la percepción del estado del clima con los sentimientos?
Tal vez no es absurda esta actividad de contemplación. Pues parece ser que hay
un reconocimiento entre lo que se percibe de los escenarios de la naturaleza
con los sentimientos. Como una especie de espejo, donde el reflejo es la
identificación de cómo nos sentimos en ese momento al describir tales escenas.
Y de este modo, no pasa tan desapercibido el hecho de observar aquello que se
tiene enfrente. Aunque no con la minuciosidad de la contemplación. Ya que en la
consideración de algunos, no hay tiempo para dicha actividad.
Sin
embargo, no es tan ajeno encontrar alguna semejanza en la percepción de la
naturaleza. Por ejemplo, cuando el día parece lúgubre y, coincide con el momento
del eterno adiós de alguien o remite al recuerdo que causó tanta tristeza. O la
tarde lluviosa que trae consigo la melancolía de algunos recuerdos. Y quizá
también cuando los días con tan poderoso viento que, corresponden con ese
momento en que se tiene miedo o se está enfadado. O los días que no son tan
calurosos, permiten ese deleite de los panoramas y propician recuerdos
agradables. Tal vez no se trate de coincidencias, sino de algún reconocimiento
de nosotros mismos en tal percepción. La visión de nuestro reflejo en aquello
que, al atender a tantas ocupaciones que quizá sean absurdas, queda opacado e
ignorado. Pero en ningún momento olvidado, pues en tanto que se es sensible el
reflejo estará ahí.
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