Presentación

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lunes, 14 de diciembre de 2015

Leer a dos voces

Leer a dos voces
Pocas veces se precisa en qué consiste la labor de un traductor. Quizá la dificultad se deba, como podrá verse con poca reflexión, a las ambigüedades que llevar los efectos de una lengua a otra produce, así como al hecho de que no todo mundo busca lo mismo en la traducción de un idioma. El problema, creo yo, no se resuelve del todo si lo desviamos a las oscuridades evidentes de traducir, pues cualquier estudiante competente de una lengua extranjera las nota cuando se topa con construcciones que ignora, sin que ello lo vuelva traductor, ni tampoco podremos dar respuesta satisfactoria subiéndonos al árbol del conocedor privilegiado, pues eso da pompa, no sabiduría en la comunicación humana.
Lo que hace a un buen traductor no es sólo el conocimiento del vocabulario: Google (aunque no es persona y, por ende, no se puede decir que tenga conocimiento de algo) es un pésimo traductor. Se acerca, pero no es suficiente, el conocer las reglas de la gramática y la sintaxis: no siempre los eruditos brindan las mejores versiones en su lengua. Ahora bien, es cierto que no podemos hablar traducción indistintamente, sin atender al género que se quiere ligar con el idioma propio: no es lo mismo traducir cualquier tipo de prosa, a intentar la conversión de unos versos de Shakespeare o de Catulo, o de unas páginas de Nietzsche. La traducción, al menos la buena traducción, requiere, evidentemente, de un lector cuidadoso, cauteloso, mejor dicho.
Si la traducción y la lectura van ligadas, esto quiere decir que el fenómeno no es suficientemente abarcado por las explicaciones sociales de la lengua, ni por la visión moderna de las traducciones, como transliteraciones. En la traducción va imbuida parte del traductor. No obstante, a veces la inclusión de algo personal en la labor del traductor no debe concebirse simplemente como limitación hermenéutica, histórico-lingüística, sino como quien trata de concebir un texto digno en su lengua, sabiendo que tiene sobre sí el peso de un texto que ya es grande en su original. Esto, obviamente, será en el caso de obras grandes y decentes. Pero ellas ilustran lo que sucede en casos menores. Lo importante es que lo común se nota cercano. Las hazañas del ingenio que mezclan erudición y caballería en la dicción, logran su efecto en nosotros cuando notamos y apreciamos en lo nuestro lo que parece lejano. Así, por ejemplo, las pronunciaciones dramáticas, suaves o violentas que los efectos de las palabras o las oraciones pueden hacernos percibir en un momento oportuno de algún texto. La labor del traductor está quizás en hacer el viaje lo más audazmente posible para su lengua. Debe ser audaz aún en los momentos lúgubres. No audaz como aristócrata, sino como conciliador. Su audacia debe ser extraída tanto de sus cualidades, como de las potencias mismas de las lenguas que somete a su conciliación.
La comunidad en el lenguaje, que hace comunicación, es posible por nuestro contacto con el mundo, contacto que nunca es lo suficientemente caótico para hacerse inexplicable, aunque sí diverso como para complicar siempre los acercamientos. Las cosas intraducibles, excelsamente producidas a veces por ser tan simple o tan bien pensadas, no demuestran sólo que el lenguaje es arbitrario. Que sean intraducibles no las hace ilegibles. Quizá en dados casos no existan los elementos en la lengua propia que me hagan posible ni deseable traducirlo, pero eso marca diferencias que sólo se pueden notar por una unión íntima: la de la inevitable relación de la palabra con lo que señala, así como de las palabras entre sí.

Nunca dejaré de agradecer las posibilidades que han sido puestas en cada lengua. Babel podrá haber sido un castigo, pero un castigo muy justo. Quizá desde la perspectiva de lo insoportable que se vuelve lo ajeno, sea un motivo de desesperación, pero la sabiduría que poco a poco he ido descubriendo en dicho episodio me ha inclinado más a la maravilla. Sin la diferencia de lenguas, quizá jamás habría ahondado más en el conocimiento de la mía. Seguramente deberíamos preguntarnos lo que sucede en nuestro acercamiento a otras lenguas cuando los traductores instantáneos reinan sobre la comunicación. No digo que sea ése un signo del imperio de las máquinas, digo que es una manifestación de lo que concebimos por la lengua, siendo nuestra versión más reciente del acceso a ella, y siendo también una manifestación de nuestra humanidad.

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