Presentación

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domingo, 7 de febrero de 2016

Apuntes incipientes de un lector preocupado



El gusto por la lectura va acompañado del uso de la lectura, pues todo lector usa para algo sus lecturas. Distinguir si hay buenas o malas utilidades no me parece una preocupación de todo lector, pues regularmente no se encuentran distinciones entre leer a Cervantes o a Benedetti, ya que ambos son escritores. Lo anterior va enlazado con las cadenas de los más sólidos prejuicios que enfatizan la misma valía para toda escritura. Todos somos igual de buenos escritores al igual que somos buenos lectores. Si hay algún modo de distinguir a los escritores es por la capacidad de estos para entretener a un ávido y numeroso público; el más entretenido es el mejor. Si de entretenimientos hablamos, la literatura es derrotada en desigual batalla si se le quiere confrontar con el cine. 

La experiencia de la lectura nos permite reflexionar en ella, encontrar los diversos problemas que nos dificultan reflexionar mediante la lectura. Un problema constante, o barrera para realizar lo anterior, es nuestro gusto por la distracción: cuando leemos cualquier ruido o imagen nos distrae, si sorteamos lo anterior, salen a molestarnos los pendientes, la evocación de escenas pretéritas (a algunos nos distrae la imaginación de las escenas futuras); nos sentimos como apresados por nosotros mismos para movernos en el contenido del libro tan cercano a nosotros. Esto pasa cuando leemos literatura (novelas, cuentos o relatos), pero cuando nos enfrentamos a textos compuestos de contenido conceptual es mucho más difícil hilar palabras, oraciones, vislumbrar párrafos y tener la idea completa del capítulo. A lo anterior hay que agregarle la prisa por pensar, ese monstruo deseoso de que no pensemos con calma asuntos cuya naturaleza es complicada. Tenemos una inquieta necesidad por apresar rápidamente las ideas de un texto, que no vemos que no sólo se trata de tener una frase llamativa en la mente; debemos reposarla, reflexionarla, cuestionarla, comprender si dicha frase contiene ideas con las cuales podamos  entender mejor nuestra realidad. 

Intentar escalar las dos barreras antes mencionadas ya debería preocuparnos, si es que queremos entender mejor lo que ante nuestros ojos posamos. Hay una tercera cuya naturaleza es más escurridiza, se desliza entre nuestra alma como la astuta serpiente del paraíso. Quizá ya no haya que llamarla barrera, sino muro sólido, como el de una cárcel de máxima seguridad. Dicho obstáculo consiste en comprender algo, sea incipientemente o con cierta maestría, y querer acoplar ideas distintas a la ya conocida. Por ejemplo, no es difícil aceptar la idea de la inevitabilidad del deseo, es decir, todo deseo por ser deseo debe ser satisfecho; lo cual nos puede impedir entender la famosa historia de Romeo y Julieta, pues quien acepte dicha idea del deseo, creerá que Romeo y Julieta se suicidaron porque no les permitían estar juntos en una alcoba. Quien acepte dicha idea, además, le causarán aberración los Mandamientos de la Biblia; no hará el mínimo esfuerzo por entenderlos. Otro ejemplo lo encuentro entre quienes no distinguen entre la causa de una acción y la acción misma; o el análisis de las causas de una acción y la acción misma. Evidentemente quien quiera limitar la comprensión de la realidad a un ramo de ideas apenas dilucidadas, tendrá la tentación de afirmar sobre los distintos autores ideas que estos ni siquiera tenían en mente. El muro no se derrumba una sola vez, la tentación de comprender la realidad a partir de lo poco que comprendemos (o de lo que creemos comprender) es más fuerte que un muro, quizá sea mejor decirle laberinto. Aunque cuando logramos darnos cuenta de que nos encontramos en el laberinto, si es que no nos sentimos cómodos ahí, hemos de probar distintas maneras de salir, distintos medios, ser pacientes y, quizá, darnos cuenta de que no podemos encontrar la salida individualmente.

Fulladosa    

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