Presentación

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martes, 2 de febrero de 2016

Protocolo de Kyoto: desvío de miradas y gritos de auxilio

“No heredamos la tierra de nuestros antepasados: La legamos a nuestros hijos”
Antoine de saint-exupéry

Uno de los grandes debates desde que se popularizó el llamado problema medioambiental fue sobre la legitimidad del mismo, si bien hay algunos que piensan que como tal no existe y es más bien un proceso natural en los ciclos geológicos del planeta, otros por el contrario, aseveran que es una realidad palpable. Entre lo que se dice y se cree, valdría la pena pensar a quienes les conviene y a quienes les afecta uno u otro pensamiento.
El peligro de acumulación de gases de efecto invernadero fue expuesta por el sueco Svante Arrhenius ya en 1895 ante la comunidad científica; no fue hasta que los estudios en sobre el medio ambiente de los años sesentas y setentas  demostraron una subida en el nivel de concentración de estos gases, lo cual coincidió con las primeras protestas en las principales capitales de las potencias energéticas como EE UU y Francia con demandas de corte ecológicas que eventualmente llevarían al reconocimiento y adopción de una “agenda verde” en los diferentes gobiernos cuya cumbre sería el protocolo de Kyoto el 11 de Diciembre de 1997, precedida por negociaciones de la misma índole.
Lo que hizo especial a las negociaciones de Kyoto fue su masividad en términos de dignatarios que asistieron así como se pudo vislumbrar la desigualdad entre los países ricos y los pobres; por un lado las mayores potencias comerciales del mundo como EE UU, Rusia (los cuales pertenecen al G8 y al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas) China y los medio orientales productores de petróleo; en contraposición estaban el grupo del G77, bloque que agrupaba a los Estados con subdesarrollo, dentro de los cuales se hallaban los alineados en la Alianza de Pequeños Estados Insulares, soberanías con el turismo como mayor fuente de ingresos y que ante la falta de ratificación del protocolo por parte de las puntas económicas hoy día tienen el peligro de desaparecer, países como la República de Maldivas en el suroeste de India, han estimado que perderán 3/4 de su territorio en menos de 50 años debido a la creciente del mar.
Si bien las simpatías suelen cargarse hacia un lado de la balanza, lo cierto es que en el mundo tan complejo en el que vivimos las potencias juegan un rol fundamental para bien o para mal en la vida diaria, el uso de petróleo o gas natural es utilizado para actividades que culminan en la fabricación de bienes de consumo a los que estamos muy acostumbrados como las computadoras y los celulares. El protocolo implica una regulación de la emisión de los gases y que a su vez implica un impacto económico desigual ya que regiones como África entera que genera el 4% de las emisiones sería de las más afectadas debido la dependencia tecnológica.

Como se ve, el problema de impacto ambiental es muy complejo y trastoca a todos los gobiernos y a todas las personas, no solo se trata como algunos creen, en frenar a las potencias industriales, ya que el conflicto no tiene fronteras determinadas, cimbra a la humanidad pues la atmósfera es bien común entre las personas, afectando a millones por lo que se debe pensar en una salida global que contemple desde los pequeños Estados hasta las actuales potencias y por supuesto, su población, lo cual implica una reorganización de las relaciones políticas económicas tecnológicas y energéticas internacionales.  

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