Presentación

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jueves, 17 de marzo de 2016

Las ventajas del anonimato


En los términos más burdos, el escritor escribe, y aquello que escribe es la prueba física de sus pensamientos. Entonces, no debe haber ejercicio más libre que la escritura en tanto que surge del intimo y subjetivo pensamiento. Por lo tanto resulta increíble que haya tanta censura respecto a lo que está bien y lo que no está bien escribir. ¿Cómo es que puede intervenirse así en la libertad de un sujeto? Es verdad que escribir conlleva cierta responsabilidad, pero es la responsabilidad sobre los pensamientos que decido entintar y parir a través de mis dedos, tal vez maltrechos, tal vez prematuros pero muy propios, muy amados. 

Es "normal" el rechazo entre comunidades, pero, según mi experiencia, la censura y el rechazo más nocivo está entre los mismos escritores. Aunque escribo (y en estricto sentido soy escritor) me considero un aprendiz, un escritor en su etapa más moza y ya he presenciado los prejuicios a los que se enfrentan (aunque muchas veces ni siquiera el escritor puede enfrentarlos de frente, pues por lo regular le golpean por la espalda) o con los que se le ataca al escritor. ¡Qué ruin! Decimos amar la escritura, la lectura y mancillamos ésta con un sin fin de prejuicios. Es decir, tantas veces he escuchado el "con razón escribe así, es vieja", "¿ya lo viste? No me lo imaginaba así, se ve muy tonto." Y en este idealizar al escritor se nos olvida que es un ser humano cuyo pensamiento es genuino (no siempre) y se desnuda ante nosotros para permitirnos observar en lo más recóndito de su pensamiento, aveces sólo nos muestra lo más superficial. No obstante, en nuestro papel de lectores enjuiciadores, laceramos esa intimidad con una mirada morbosa y petulante, sin agradecer, sin notar la nobleza, la sutileza de la desnudes.

Efectivamente, eso hacemos los lectores, lectores que a veces olvidamos que también fungimos de escritores. En otras ocasiones también estamos los lectores que nos entregamos de lleno al ejercicio de escribir, nos entregamos como al amante más adorado y así valoramos profundamente, amistosamente, al escritor que se entrega sin pretensiones ni mascaras. Simplemente contemplamos la intimidad de su obra, sin juzgar, por devoción a la actividad.

Puesto que esta situación no va a cambiar, el escritor se tropieza con los prejuicios de sus lectores y de los escritores que deberían ser sus "camaradas". Por consiguiente, no hay mejor remedio que resguardarse bajo un seudónimo, uno que no denote sexo, nacionalidad o cualquier otra in-significancia que pueda llamar más la atención que lo que se escribe. Mejor aún si no se conocen físicamente, no hay mejor manera de intimar que leer a alguien y ahí está todo lo que se debe conocer.  ¡Qué hable el texto! 





2 comentarios:

  1. Muy de acuerdo con tu escrito, Dahlia. Leer a alguien es conocerle, quizá más profundamente de lo que se puede hacer en un café o en una plática cotidiana. Escribir desnuda el alma.

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  2. Soy Franky, ¡recuerda! si voy a desnudarme, mejor que sea en anonimato

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