Presentación

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viernes, 8 de abril de 2016

Rencor,conocimiento y perdón



Rencor, conocimiento y perdón
…por eso no guardes rencor y déjaselo todo a Dios.
A tus ochenta y dos años y por tus palabras

El rencor se guarda, aunque no tanto como para no hacerlo evidente. Se decía antiguamente que rencor era el signo de que alguna fruta o alimento comenzaba a echarse a perder. Que un alimento se eche a perder no es asunto preocupante, ya que es algo natural que vaya poco a poco degenerando. Lo preocupante del rencor en los alimentos es que se acelere antes de poder aprovecharlos. Es una lástima desperdiciar los víveres por no saber conservarlos, ni cosecharlos, aunque todos sabemos que pudrirse y regresar a la tierra es lo mejor para seguir ayudando con el milagro de la vida. Todo esto se soluciona sabiendo conservar y aprovechar cada alimento, ya que también es natural al hombre tratar de conservar lo más posible lo bueno. Constantemente se debe procurar lo bueno. Pero en los hombres, ¿se soluciona o se evita el rencor?, antes de esto, ¿de qué depende el rencor? Y finalmente, ¿un hombre que es rencoroso ya no tiene más remedio que el de echarse a perder?, recordemos en todo el trayecto que el hombre tiene la libertad de actuar.  
Alteremos el orden de las preguntas mientras vamos respondiendo. Aceptemos primero que el hombre también guarda rencor, que el rencor es la conjunción entre el recuerdo y un sentimiento de odio hacia otro que probablemente nos causó una afrenta, una ofensa. El sentimiento de odio que a veces muerde con más insistencia a nuestra memoria nos alerta del rencor. Pero el sentimiento de odio, que produjo el agravio recibido, ¿de dónde vino? Los agravios que nos llegan de otros son la alteración al orden que nosotros vemos como bueno, es decir, el odio es el repudio que sentimos por el mal o el desorden. Luego, resulta que el odio da muestras de lo que interpretamos como bueno y malo, al mismo tiempo y de igual manera que el deseo por la excelencia.
     Lo más sensato, dicen muchos, es evitar tal encuentro con lo desagradable, o deshacerse de él. Si el rencor es una función del recuerdo, lo más seguro es inhibir ese recuerdo, en el mejor de los casos una terapia lo arregla, es decir, nos encamina sólo a lo bueno. En el otro caso, lo mejor para deshacernos de él es humillarlo más, señalarlo como indeseable, mostrar con alaridos nuestro encono para que siempre se recuerde y nadie quiera dirigirse a él. En cualquiera de los dos casos la solución es falsa, ya que nos privamos del conocimiento del mal. Pero no, no hablo de un deseo de conocimiento morboso como el que domina a la ciencia actualmente, sino del deseo de saber cómo puedo procurar el bien incluso en aquello que me hizo un mal o es malo. Pues no se trata de decir que no ha pasado nada y que todo es bueno, eso es un engaño. Tampoco la indignación que da revuelos en nuestra alma y en las calles que pisamos haciendo insoportable el ya de por sí terrible mal, es lo mejor, esto último es sólo la mitad del camino.
     El mal no se debe olvidar, sino, no sabríamos cómo actuar bien. Mejor aún, debemos procurar que el otro sepa y sienta que también puede actuar: que sepa que no sólo tiene un camino ya trazado, sino que siempre puede tender hacia lo mejor, que confiamos en que puede hacer el bien, aun sabiendo que ha hecho el mal antes, esto es a lo que se le llamó perdón, a la confianza que se nos otorga sin nada a cambio para que hagamos el bien. No se soluciona ni evita el rencor, se perdona, es decir, se procura el bien del otro; así como cuando nos perdonan, nos están procurando el bien.

Javel

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