El pasado 24 de marzo se recordó el día en
que Jesucristo dijo: “Amaos los unos a los otros”. La noche en que pronunció
este mandato, Jesucristo fue traicionado y, entregado para ser juzgado. El amor
que parece referir, consiste en olvidarse de sí mismo. Pese a la traición y la
negación por uno de sus más queridos amigos, el cumplimiento de la Ley se llevó
a cabo. Dichos pasajes me condujeron a la reflexión del amor al prójimo.
Consideré que amar a aquellos que están a nuestro alrededor es algo muy común
y, está en nuestras posibilidades. Pues amar a la familia, los amigos y al amor
de nuestra vida es los más experimental de la existencia.
Pero ese mandamiento no parece reducirse sólo
a aquellas personas que nos aman y amamos. Es decir, Jesucristo amó tanto al
que lo negó, como a quien lo traicionó y, como a los que lo juzgaron y
torturaron. Por ello, el amor del que predica consiste en amar al prójimo sin
importar lo que es, lo que haga o nos haga; es decir, amar sin juzgar. Lo más
significativo de esa noche es recordar tal mandato y, propiciar que éste sea el
que rige nuestras acciones. Siendo así que el amor es la Ley Universal que debe
regir a la humanidad.
Sin embargo, ese mandamiento parece estar
ajeno a nuestras posibilidades. Pues no es tan sencillo o mejor dicho, no es
posible amar a quién hizo daño. Simplemente, a quien nos traiciona es merecedor
de “una madriza”, se le quita el habla y se le castiga con el látigo del
desprecio. Al menos ésa es la reacción más natural y común por la que se rige
la mayor parte de los hombres. Y pensar en quien nos ha negado alguna vez,
despierta cólera, nos hiere el ego y el orgullo. Ante ello, quien se ha
atrevido a negarnos, de igual manera se le castiga con el desprecio o la
indiferencia.
Tal vez Jesucristo era extraterrestre porque
un humano normal no actuaría como él lo hizo. O quizá, se equivocó al suponer
que la humanidad se regiría con tal mandato. Aunque, probablemente no sea su
culpa, somos demasiadamente orgullosos, soberbios y egoístas que esto nos
impide amar al prójimo. Sin embargo, no se trata justificar a la humanidad, ni
de juzgar a unos y a otros. Entender las acciones humanas es un tema
completamente difícil, ya que hay que considerar los motivos, la calidad moral,
el juicio y el corazón. Toda acción tiene una justificación, aunque aceptar
esto cause en algunos dolores de cabeza, pues hay quienes consideran lo
contrario.
Por primera vez, puse atención al Evangelio y
las posibles implicaciones que trae consigo el Nuevo Mandamiento. Entre éstas,
que el amor es lo que nos salva de cometer atrocidades y, nos libra de ser
monstruos. Es decir, tener amor hacia la humanidad es una condición que da
cuenta de lo que se es capaz de hacer para ayudar a mejorar las condiciones de
vida de los hombres. O al menos de esta manera es como debería de llevarse a
cabo. Pues, todo lo que ha sido creado por los hombres debe cumplir el Nuevo
Mandamiento, ya que a partir de ello, lo que subyazca será siempre bueno para
la humanidad. Quizá Jesucristo es uno de
los que aún tenía fe en los hombres y, por esa razón su desenlace fue así.
En ese sentido, el Amor es la pasión que
permite librarse de caer en monstruosidades. Por Amor, si bien es cierto, que
se pueden cometer algunos desatinos, el daño no es tan severo como los hechos
que se comenten cuando se carece de dicha pasión. Aún sigo asimilando los
alcances a los que se puede llegar cuando las acciones carecen de amor. Por el
momento y, para no desviar el tema, en estas líneas sólo les menciono mi
interpretación, como muchas, acerca del Nuevo Mandamiento. Permitiéndome para
la siguiente ocasión explicar el por qué digo que quién carece de Amor es un
monstruo.
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