Antes de que el título haga suponer algo demasiado
extravagante, pido que lo siguiente sea leído en su totalidad, es decir, que se
entiendan sus diversas partes y el porqué fueron colocadas como se colocarán;
si algo suena exagerado, ya indiqué cómo propongo que sean leídas mis
exageraciones. No prometo ninguna ínsula, pero no quiero llegar a ella solo.
Un supuesto deja de ser supuesto si se logra encontrar
su principalidad, es decir, si se logra comprender que con tal idea se inicia
un argumento que, como todo argumento expresado, tiene una finalidad. Si no se
piensa el supuesto, se presupone su finalidad, se le da una apariencia y se
está a un paso del razonamiento sofístico, del aparentemente verdadero.
Desde Recuerdos, junto con las entradas que le
suceden, se ha dicho algo sobre la vida reflexiva o filosófica; todos, en esas
entradas, suponemos que la vida filosófica es buena (aquí no pondré esto en
duda, ni reflexionaré en ello, pero es una pregunta que no puede eludirse si se
toma enserio tal modo de vida), dos hemos dado pistas para pensar en la bondad
de dicha vida, pero uno es feliz contemplando sus pistas. Este es el único
supuesto en el que coincidimos. Evidentemente no sé cuáles son los pasos
necesarios para llega a ser filósofo, aunque supongo y creo vislumbrar que
filosofar es posible, pero sé que quien pretenda serlo debe evitar ser sofista.
Hasta donde han llegado mis reflexiones, lo más problemático para distinguir al
filósofo del sofista, además de deshacernos de la idea de que ese problema se
quedó en el pasado, es que ambos se parecen. Ambos parecen dialogar, ambos
parecen preocupados por la educación, la justicia y la verdad.
En el diálogo Protágoras, el personaje homónimo parece
convencer a casi todos los asistentes en la casa del rico Calias (lectores incluidos),
mediante un bello mito, que conoce la génesis de la justicia (la cual se halla en que Zeus mando implantar a los hombres el sentido moral y la justicia); también parece
convencer, mediante un argumento, que comprende la génesis de la democracia, pues los hombres creen que se puede aprender a ser justo y por eso castigan al injusto.
Para no insultar a mi lector inteligente, es decir, para no decirle algunas de
las trampas que he notado del gran sofista en su mito y en su argumentación,
tan sólo le diré un defecto importante: el llamado sofista no es congruente entre
lo que dice y lo que hace. Pensando la justicia, esto es importante. El
triunfo del sofista no sólo radica en la belleza de su mito o en el orden de su
argumentación, sino en que lo que dice se parece a lo que se vive, a la
realidad. El mejor engaño es el que aparenta ser verdadero. En otro diálogo, el
Teeteto, Sócrates nos señala la importancia de reconocer las diferentes maneras
en las cuales erramos al juzgar lo que percibimos para saber cómo conocemos.
Previo a esto, nos da una gran pista del porqué erramos: nuestro recuerdo puede afectar nuestra
percepción y el cómo la juzguemos; son tres momentos diferentes (recuerdo,
percepción y juicio de lo percibido), pero que se suceden; la pereza por
reflexionar las sutiles relaciones de tales momentos nos envía a la incapacidad
de saber qué es el filósofo y, por tanto, de ser presa fácil de los sofistas.
Al tomar algo sumamente suave difícilmente creeremos que se trata de algo
áspero, pero, por ejemplo, no es tan fácil que se vea como injusto el linchar a
una persona en internet.
No es fácil alejarse de hacer argumentos sofísticos,
pero sí importante para quien le interese la vida reflexiva; incluso también es
importante pensar cuándo actuamos aparentemente guiados por buenos motivos, si
es que nos importa actuar justamente; el problema va más allá de las vitrinas
de la erudición filosófica. No es malo usar zapatos para sortear los difíciles
caminos de la reflexión, pero sí lo es el usarlos para pisar y patear,
aparentemente sin darnos cuenta, a quienes también pretenden reflexionar. No es
bueno usar sofísticamente a los filósofos.
Fulladosa
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